"Nuestra comunidad de inteligencia estima que el régimen de Asad ha usado armas químicas (…) Nuestra comunidad de inteligencia tiene una gran confianza en esa evaluación, dadas las fuentes de información múltiples e independientes (…) El uso [de dicho armamento] traspasa líneas rojas claras que han existido en la comunidad internacional desde hace décadas". Esto lo leía el jueves 13 un tercer viceconsejero nacional de seguridad, mientras el presidente se reunía en la Casa Blanca con un comité de representantes del Orgullo Gay. Al día siguiente, el mismo viceconsejero, Rhodes, se enfrentaba con la prensa mientras Obama hacía de anfitrión en una comida por el Día del Padre.
El comunicado está medido y pesado con balanza de precisión, igual que la vía seguida para hacerlo público. El recuerdo de la guerra de Irak y sus orígenes gravita onerosamente sobre la política de Obama de retraerse de responsabilidades internacionales para concentrarse en la construcción nacional. Tras resistirse durante dos años, el inquilino de la Casa Blanca tiene que dar un corto paso hacia una mayor pero muy modesta y nada decisiva implicación en el avispero sirio. Ni él ni su nueva consejera de Seguridad, Susan Rice, que fue la punta de lanza del engaño sobre lo sucedido en Bangazi el 11 de septiembre pasado, dan la cara, pero el anuncio se hace en vísperas de la reunión del G-8, para que este elevado y habitualmente estéril cónclave –al que asiste Putin– no pueda eludir el tema. La comunidad de inteligencia y la comunidad internacional son las mamparas tras las que Obama hace su tímida maniobra de escurrir el bulto.
Lo que el comunicado promete es bien poca cosa. Armamento ligero y su correspondiente munición, a todas luces insuficiente para frenar la potente ofensiva del Ejército sirio, los asesores militares iraníes y los luchadores de Hezbola, todos ellos con el apoyo armamentístico y diplomático de Rusia. Los opositores necesitan, desesperadamente, armas antitanque y antiaéreas; y, puestos a pedir, el establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre el país, o al menos algunas partes. Los manpads, misiles ligeros tierra-aire, que neutralizarían los eficaces helicópteros del régimen, están expresamente excluidos. Podrían caer en manos de terroristas. Por su parte, los militares han preparado planes para una pequeña franja de interdicción aérea en la frontera con Jordania, impuesta militarmente desde el interior de este país, que la ha solicitado con el fin de crear un zona segura en su lado de la frontera para los cientos de miles de refugiados y para el adiestramiento de las fuerzas rebeldes.
Los militares americanos han hecho su trabajo, pero la administración Obama se siente muy lejana de la puesta en práctica. De momento sólo se trata de dar un balón de oxígeno a los opositores, con vistas a una gran conferencia de paz. Si a Obama le queda todavía ingenuidad para creérselo, no lo sabemos. En todo caso, es siempre un teatro indispensable en el frente diplomático. Y sirve para ganar tiempo. O para perderlo, según se mire.