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Ruhaní y las armas nucleares iraníes

Si Irán no tiene nada que ocultar, todo es muy sencillo. No tiene más que abrir todas sus puertas a la AIEA y, mejor todavía, a los medios.

Si Ruhaní, envuelto en un aura de moderación y reformismo, propone negociar por enésima vez, propugnando en esta ocasión plazos muy cortos, tres meses preferible, seis aceptable, ¿quién puede negarse sin adquirir el estigma de intransigente fanático e irresponsable? La premura transmite el mensaje de que no es el típico juego de ganar tiempo para culminar el esfuerzo nuclear. Lo que sí es típico y arquetípico es partir de que los recelos de muchos en la comunidad internacional son infundados, fruto de prejuicios y distorsiones, que es obvio que el programa iraní es puramente civil y tecnológico: dominar unos conocimientos básicos en la ciencia actual a los que, hay que hay que recordar, muchas naciones avanzadas han renunciado desde sus orígenes. Todo el ejercicio consistiría, pues, en deshacer equívocos, hacer comprender la obvia realidad a los tozudos y obtusos occidentales, que deberían tener el buen sentido y la mejor voluntad de levantar inmediatamente las humillantes sanciones a un Irán no que tiene nada que ocultar.

Si Irán no tiene nada que ocultar, todo es muy sencillo. No tiene más que abrir todas sus puertas a una legión de inspectores del organismo de Naciones Unidas que se ocupa de estas cosas, la Agencia Internacional para la Energía Atómica, y, mejor todavía, a cuantos medios de comunicación se interesen por el tema, y cuando se demuestre que no hay nada ni puede haberlo, se dice adiós a los castigos económicos.

Pero no se han planteado así las negociaciones que empezaron, y terminaron, en Ginebra el pasado martes 15 entre los P5+1 (los cinco permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania) y Zarif, el ministro de exteriores de Teherán, universalmente calificado de "pragmático". Al día siguiente, aprovechando que estaba previsto que la conversaciones continuasen toda la jornada, hubo contactos bilaterales, y de los interlocutores de Irán entre sí.

Lo que sucedió a puerta cerrada es secreto y el ministro iraní hizo gala de sinceridad al negarse a hablar privadamente del asunto con nadie. Entre las fuentes "generalmente bien informadas" hay discrepancias sobre la propuesta que presentó el hombre de Ruhaní, para unos un buen punto de partida, para otros demasiado vaga y poco concreta. Lo más chocante es que los medios occidentales tienden a destacar declaraciones de satisfacción entre los asistentes, mientras que el delegado ruso, con gesto de hartura, se limitó a decir: "Mejor que en Kazajistán [el pasado abril], pero ninguna garantía de progreso futuro". La apresurada terminación de esta primera fase podría apuntar en el mismo sentido. Se volverán a reunir a comienzos de noviembre y mientras tantos los técnicos de todas las partes seguirán hablando.

Lo más significativo es que mientras el Congreso americano sigue dándole vueltas a cómo apretar un poco más las tuercas a Irán, para no dejarle suponer que se va a ir de rositas con sólo buenas palabras y escasas concesiones, el presidente Obama, siempre mucho más condescendiente con quienes gritan "Muerte a América" que con quienes ejercen sus derechos y deberes constitucionales para oponerse a sus designios en política interior, está preparando la liberación de los fondos iraníes congelados en Estados Unidos, lo que llevaría a Europa a hacer lo mismo. Cerca de 50 millardos de dólares.

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