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Romney-Obama: el varapalo

Este debate podría ser la sorpresa que invierte el curso de la campaña, si los que vienen detrás transcurren por los mismos derroteros.

Los republicanos encantados, exultantes. Los demócratas decepcionados, rabiosos y sin duda atemorizados. El primer debate presidencial en TV, de tres previstos, para nosotros en la madrugada del miércoles 3 al jueves, ha sido la gran sorpresa. El primero fue Kennedy-Nixon, en 1960, y la archiestudiada experiencia electoral americana dice que desde entonces sólo un par de ellos tuvieron influencia en los resultados de la consulta. Éste podría ser el tercero, la sorpresa que invierte el curso de la campaña, si los que vienen detrás transcurren por los mismos derroteros. 

Sucedió, en grado sumo, lo que algunos habían anticipado. Obama, que llegó a la Casa Blanca con el endiosamiento con el que, en cualquier parte, los "número uno" suelen sentirse en el poder al cabo de algunos años, no está en absoluto hecho a que le discutan, no digamos a que le lleven la contraria. Se considera siempre el más listo de todos los que lo rodean. Es obvio que despreció a su contrincante, no se preparó para el evento, para ser luego víctima de un shock ante las cámaras. En cuanto a Romney, la pregunta es si su tibia campaña, desconcertante para sus partidarios, que apenas si replicaba a todo el estiércol que la de Obama le iba echando encima y que no acababa de presentar un programa e incluso de "definirse" a sí mismo, ha respondido a una estrategia de aplazarlo todo, apostando por coger desprevenido al encumbrado presidente y hacer la gran revelación propia a sólo cinco semanas del voto. Arriesgadísimo si así fue, pero, de momento, ha salido bien.

Por supuesto, el veredicto lo tiene el público, no los comentaristas, que son prácticamente unánimes. Los medios de izquierdas conceden la derrota y ni se molestan en defender a su hombre. Su respuesta, así como la de los directores de los asuntos electorales de Obama, es una intensificación de lo que, piadosamente, se llama "campaña" negativa, tratando de superar las cumbres de suciedad ya alcanzadas. Mentira es la consigna. En cuanto a las formas, actitudes, estilo, lo han dado todo por perdido. En donde no ceden un milímetro es en los contenidos. Ya se sabe que los políticos son, en cuanto abren la boca, abogados de causa y publicitarios en ejercicio. Promesas como la de crear 12 millones de puestos de trabajo no valen el papel en el que se escriben. Romney puede defender, con argumentos sólidos, que su programa favorece el crecimiento y por tanto el empleo, pero cuántos puestos pueden crearse sólo Dios lo sabe. Las cuentas de sus proyectos de reforma tributaria tampoco cuadran a la perfección y no dejan de ser especulativas. El problema de Obama es que es pura mentira, desde aquellos eslóganes, desaparecidos en el fino aire, de "sí, podemos", "esperanza y cambio", sanar el planeta, transformar Washington, crear una comunión nacional unificadora, hasta las promesas de que hará lo que no hizo, de lo que quiere que no se hable.

Como mínimo los republicanos han levantado su espíritu, Romney ha demostrado "presidencialidad" y a la izquierda se le han bajado los humos. Las encuestas más tempranas ya han empezado a registrarlo.

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