La ausencia de Occidente de Oriente Medio, dizque paz, tiene un precio. En Irak, 7.000 muertos en lo que va de año, la mayoría asesinados por Al Qaeda. En la vecina Siria, la paz pactada por Obama significó, además del premio Nobel de la ídem para la Organización de las Armas Químicas, 2.000 muertos a añadir a los 100.000 caídos hasta el acuerdo. Con paces así, no hacen falta guerras para diezmar a la humanidad.
Pero no hay manifestaciones, ni portadas, ni siquiera vigilias contra esta violencia. Todo bien, parecen pensar quienes las promovían, mientras Occidente no entorpezca el orden autóctono, su sana independencia civilizatoria y política.
Es cierto que un macabro recuento es insuficiente para justificar la participación occidental en conflictos aparentemente ajenos. Hace falta además una alteración preocupante del equilibrio geoestratégico desfavorable. ¡Bingo! También la hay. Así lo constata Francia, impotente. Así lo advierten Corea, Israel y Arabia Saudí, que empujaron a Obama al borde de la intervención por ello. Hoy, ante el deterioro de la situación geoestratégica, Riad la hace pública.
Los saudíes rechazaron convertirse en miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU citando su ineficacia. La patria del wahabismo y del petróleo percibe que la desaparición paulatina de Estados Unidos y de la influencia occidental en general está apoderando a Irán y sus aliados chiíes o prochiíes tanto en Siria como en el resto de la zona. Apoyo fundamental de los rebeldes a Asad, espera concretar su discrepancia en la conferencia de paz ginebrina de noviembre.
Se dirá que la alianza del petrodólar con la fanática interpretación del islam asumida por la Casa de Saúd de la tendencia wahabí nacida en su territorio fue el germen de Ben Laden, Al Qaeda y la expansión terrorista en Pakistán y Afganistán. También es cierto que cuando ese terrorismo volvió sus ojos hacia la extirpación de la Casa de Saúd como huésped insuficientemente radical de las ciudades santas de Meca y Medina, aquélla actuó como aliada de Occidente. Irán, en cambio, con una influencia terrorista directa mayor (Hezbolá), puso su revolución islámica al servicio de una mulo-cracia (de mulá, clérigo islámico) omnipotente capaz de engañar a Occidente sobre la celebración de elecciones y la supuesta preferencia popular de dirigentes propicios al entendimiento. Irán está más cerca que nunca del arma atómica, de la que, hoy, carece su vecino y rival religioso y político saudí.
Mientras, el peón sirio de Irán, Asad, sigue matando con armas convencionales al prudente ritmo de 2.000 mensuales, Irak se desangra porque la victoria lograda por Bush contra Al Qaeda costó 4.488 soldados y Obama, dice, ha venido a acabar con las guerras, no a empezarlas.
Todo, pues, bien, porque los inocentes que mueren en estas paces progres no conmueven a la prensa y porque nuestra pérdida de influencia sobre una situación cuya tendencia natural es hacer posible, y hasta probable, el uso de armas nucleares en la zona pasa inadvertida ante la gloriosa paz química de la que disfrutamos.