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Obama, guerrero de clase

El contenido central del mensaje de Obama está dirigido a movilizar a la izquierda demócrata. Y con temas que suenan a lucha de clases: que el origen de los males que aquejan al país proceden del 1% más rico.

El martes 6 de diciembre Obama se lanzó al ruedo electoral con su primer discurso de campaña, en una pequeña localidad de Kansas. Aunque no dejó de recordar que las raíces de la familia de su madre se encontraban en ese estado del centro del país, el motivo de su elección geográfica era envolverse en el manto del primero de los Roosevelt, Teddy (Theodore). Éste, tras dos presidencias como republicano en la primera década del pasado siglo, pronunció en 1910 en esa localidad, Osawatomie, un célebre discurso en el que daba un notable giro a la izquierda, defendiendo un estado intervencionista en pro de políticas sociales activas. Ese es precisamente el contenido central del mensaje de Obama –en una estrategia claramente partidista– dirigido sobre todo a movilizar a la izquierda demócrata. Y con temas que suenan a lucha de clases: que el origen de los males que aquejan al país proceden del 1% más rico, y que la solución hay que buscarla en exprimirlos fiscalmente de forma adecuada. Es una opción electoral que prima el cerrar filas dentro del partido y reverdecer el fervor de los más radicales, a expensas de buscar el centro para captar el voto de la amplia franja de independientes que suelen ser decisivos en las contiendas americanas. Y que ciertamente lo fueron para él en 2008.

Obama lo hace cuando su índice de aprobación está en torno al 43%, diez puntos por debajo del porcentaje de votos que le llevó a la presidencia. Los que ven favorablemente la marcha del país (1/3) y su gestión económica son muchos menos, pero esa base de aceptación personal, aunque no es suficiente garantía de éxito, no tiene nada de despreciable en el momento de iniciar una campaña en medio de una crisis económica que muchos piensan que no ha sabido gestionar o, incluso, ha agravado. A fin de cuentas sus índices personales compiten con ventaja con los de cualquiera de sus posibles rivales y el partido demócrata sigue, como desde hace muchas décadas, suscitando en abstracto –al margen de las circunstancias electorales concretas– más adhesiones que los republicanos. De ahí que Obama se decida por consolidar su base natural, la que le proporciona a su partido y a él personalmente su principal ventaja de salida, que sólo puede quedar anulada por una situación económica –ante todo el desempleo– que siga siendo adversa en el momento de las elecciones; y por un candidato republicano que, a su vez, consiga unir y movilizar a los suyos al tiempo que atrae una mayoría del voto independiente.

Obama recurre abiertamente a la demagogia, y su retórica nos resulta familiar tras haber escuchado al candidato socialista en nuestras propias elecciones. Lo que llama la atención de la política americana vista desde España es la apelación exclusiva a las clases medias, las auténticas víctimas de la codicia de ese 1%. El obrerismo no paga en la política americana, por más que los sindicatos –pero especialmente los de empleados públicos– sean un soporte esencial de las campañas demócratas y objeto de los favores legislativos y presidenciales del partido.

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