El terrorismo yihadista salafista en África sigue ganando terreno. Desde su tradicional ubicación en la cornisa norte y Somalia se extiende por el Sahel, por el norte de Nigeria y, más recientemente, por el paraíso turístico de Kenia, que disfrutaba hasta fechas recientes de cierta estabilidad.
Diecisiete personas han sido asesinadas y decenas gravemente heridas el 1 de julio en un ataque contra dos iglesias católicas en el este del Kenia; el modus operandi ha sido, en buena medida, el mismo que habitualmente utiliza Boko Haram en Nigeria. Los atentados han sido rápidamente adjudicados a los somalíes de Al Shabab, la ágil franquicia de Al Qaeda que no sólo no acaba de ser derrotada sino que, de hecho, muestra cada vez una mayor vitalidad. Los ataques de Al Shabab en suelo somalí han arreciado desde que, en octubre, fuerzas expedicionarias keniatas penetraran en Somalia para poner punto final a las constantes provocaciones de los yihadistas salafistas. Recordemos que entre dichas provocaciones se cuenta el secuestro, aún no resuelto, de dos ciudadanas españolas en Kenia, trasladadas al santuario somalí de Al Shabab, precisamente, en octubre.
El doble ataque del 1 de julio tuvo por objetivo dos iglesias de la localidad de Garissa, repletas de fieles que seguían la misa dominical. Situada a 140 kilómetros de la frontera con Somalia, no es la primera vez que Garissa sufre ataques así, de los que desgraciadamente poco se habla en los medios internacionales. Esta matanza debería, pues, de servir de llamada de atención, y ser añadida al activismo de los yihadistas salafistas en el norte de Malí, en el sur de Argelia (el 29 de junio un gendarme era asesinado y otros tres heridos por una explosión en Ouargla, en un atentado reivindicado por el Movimiento para la Unicidad y el Yihad en África Occidental, Mujao, que mantiene también secuestrados a dos españoles desde octubre) y en el norte de Nigeria. Ello demuestra que África se consolida como escenario prioritario del terrorismo yihadista salafista, nefasta noticia para los africanos y para sus vecinos, en particular los inmediatos, que somos nosotros.
La creciente centralidad terrorista en Kenia queda de manifiesto con el secuestro de cuatro cooperantes y el asesinato de su conductor, el pasado 29 de junio, en el campo de refugiados de Dadaab, que alberga a medio millón de somalíes y escenario del secuestro de nuestras dos compatriotas; el ataque con granadas contra un bar de Mombasa el 24 de junio, que mató a tres personas; el ataque contra otro bar de Mombasa en mayo, que provocó un muerto, o el más sangriento, producido contra idéntico objetivo el 1 de enero, y que costó la vida a cinco personas. En cuanto a los atentados contra iglesias, ya hubo antecedentes en noviembre: tres ataques perpetrados en dos días provocaron la muerte de cinco personas. La historia, pues, se repite.