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Los sesenta amigos de Siria

Siria tiene sesenta amigos que se constituyeron como tales en febrero en Túnez y se reunieron de nuevo en Estambul el domingo 1 de abril. Coinciden en que ninguno lo es del régimen y todos simpatizan con la población reprimida por aquel.

Siria tiene sesenta amigos que se constituyeron como tales en febrero en Túnez y se reunieron de nuevo en Estambul el domingo 1 de abril. Coinciden en que ninguno lo es del régimen y todos simpatizan con la población reprimida por aquel. Discrepan en lo que hay que hacer para evitar la violencia y el peligro de su extensión, pero vuelven a coincidir en que, en todo caso, no mucho. Una intervención a la libia está descartada. Las razones de esta enclenque unanimidad en los mínimos son poderosas, aunque no resulten convincentes para los que abogan por los derechos humanos o las ventajas estratégicas que supondría el abatimiento de Al Assad, con independencia de las posibilidades de fracaso que puedan dar al traste con unos y otras.

Los más lanzados son los países que pertenecen al Consejo de Cooperación del Golfo, con los saudíes a su cabeza. Quieren comprometer a Jordania, que se resiste, para que deje pasar armamento por sus fronteras. Pero las armas habrá que comprarlas en el mercado negro. Están dispuestos a pagar un sueldo a los desertores para que combatan contra sus antiguos amos. Prometen $100 millones. Estados Unidos y los europeos hablan preferentemente de ayuda humanitaria y de los medios para hacerla llegar, pero la secretaria de Estado americana descubre que su país está proporcionando a los rebeldes material de comunicaciones por satélite. Aportarán otros $12 millones, lo que eleva su contribución a un total de 25. Turquía dice no querer interferir en los asuntos de sus vecinos, pero apoya el legítimo derecho del pueblo sirio a defenderse a sí mismo. En conjunto podríamos parafrasear a Churchill diciendo que nunca tantos han hecho tan poco por tantos, sólo que de ello hay múltiples ejemplos.

La reunión se zafa por esta vez de más comprometedoras acciones haciendo girar todas las discusiones en torno al plan que acaba de presentar Kofi Annan, antiguo secretario de Naciones Unidas, que ahora actúa como enviado especial de la misma. El plan de alto el fuego y posteriores negociaciones es un auténtico aborto diplomático, aunque en su defensa hay que decir que su gestación no podía conducir a otro resultado. El encarnizamiento del conflicto no admite compromisos reales. El que ceda pierde, con terribles consecuencias. El más fuerte, el gobierno, puede permitirse decir que sí, siempre que sus enemigos sean los primeros en cumplir su parte, lo que equivale a entregarse atados de pies y manos.

Ahora Annan tiene que presentar su proyecto a los miembros del Consejo de Seguridad, donde los valedores de Damasco, Rusia y China, dirán lo mismo que Al Assad, con las mismas nulas consecuencias sobre el terreno. Quizás sea suficiente para que se invite a las potencias obstructoras a participar en las reuniones sobre un objetivo imposible. Mientras tanto el concilio de Amigos de Siria no dedica una palabra a las razones de por qué nadie está dispuesto a ir mucho más lejos en sus buenas intenciones ni a qué requerirían de los opositores para vencer su renuencia a una mayor implicación.

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