Asegurar, retirar, destruir y verificar. Son los cuatro pasos básicos para acometer la iniciativa Kerry-Lavrov sobre el asunto de las armas químicas sirias. Y según la mayoría será una tarea faraónica. ¿Por qué?
En primer lugar, Siria deberá declarar las existencias y los emplazamientos de sus armas químicas después de firmar y ratificar la Convención de Armas Químicas (CWC). Después deberá permitir a un equipo internacional que entre en el país para asegurar dicho armamento. Seguidamente se deberá encontrar una ruta segura para sacar las existencias y asegurarlas bajo supervisión internacional. Por último, las armas deberán ser destruidas bajo los auspicios de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas.
Empecemos por el principio: en una zona en guerra, es difícil que se pueda localizar el 100% de las armas. La historia ha demostrado que no es una tarea fácil. En 2003 Libia acordó entregar su arsenal químico a EEUU y el Reino Unido y adherirse a la CWC, pero después de la intervención militar de 2011 se constató que aún había existencias deambulando por el país. Además, la declaración inicial de Damasco sobre las armas que posee deberá ser cotejada con las estimaciones de inteligencia que existen. Cualquier discrepancia será difícil de reconciliar de manera rápida.
Después llegarían los inspectores dispuestos a buscar existencias no declaradas y a entrevistarse con científicos o relacionado con ese armamento. Pero su labor nunca será perfecta y dependerá en buena medida de la voluntad del Gobierno sirio. En cuanto a la fuerza multinacional, deberá ser suficientemente grande y especializada como para tener bajo control los arsenales e instalaciones en caso de un posible ataque rebelde o de las fuerzas del régimen. Además, lo ideal es que esté compuesta por varios países, árabes incluidos, así como por EEUU y Rusia.
En cuanto al desplazamiento de las armas químicas, se presenta como una tarea peligrosa por la situación de guerra. Aunque los sirios han demostrado que es posible hacerlo con relativa facilidad. Según algunas fuentes de inteligencia, en diciembre de 2012 movilizaron los arsenales para centralizarlos en un par de localizaciones, lo que de ser cierto facilitaría la supervisión internacional.
Por último, la destrucción de las armas químicas requiere un coste enorme e instalaciones muy específicas. EEUU comenzó a destruir su propio arsenal en los 90 y estima que las tareas se alargarán hasta 2023, con un coste de 35.000 millones de dólares.
Si el plan fracasa -en una semana, un mes o un año, ¿debe descartarse el uso de la fuerza de la mesa? No. El Consejo de Seguridad tiene que apoyar el plan con una resolución bajo el capítulo VII que permita el uso de la fuerza si no se consigue la total cooperación de Asad. Por esa misma razón, demócratas y republicanos no deberían abandonar la tarea de convencer al Congreso norteamericano de apoyar una operación militar en Siria, si llega el momento.