Obama se enfrenta al más urgente de los asuntos de política exterior de su segundo mandato. Todo comenzó hace casi nueve meses, cuando los servicios de inteligencia norteamericanos detectaron movimientos en los arsenales de armas químicas sirios y alertaron sobre la posibilidad de que Al Asad estuviera planeando hacer uso de ellas. Estados Unidos se vio obligado a tomar cartas en el asunto y, junto a otras potencias, trató de mandar un contundente mensaje a Damasco: "Ni se te ocurra". Lo malo fue –y aquí viene lo gordo– que en una comparecencia pública Obama afirmó la utilización o movimiento de armas químicas supondría sobrepasar la "línea roja" y cambiaría sus "cálculos" con respecto a Siria.
Una evocativa frase –más improvisada que fruto de una sesuda meditación– que al parecer pilló por sorpresa a varios asesores de la Casa Blanca, pues la idea era frenar al régimen sirio pero sin comprometer a Washington con ninguna acción determinada. La advertencia inusualmente directa –sobre todo después de meses en los que Obama trató de alejarse de todo lo que acontecía en Siria– replicaba la discusión sobre las líneas rojas que Irán no debía cruzar en el desarrollo de su programa de enriquecimiento de uranio. Se produjo además en plena precampaña electoral, en la que Barack Obama debía demostrar que no se desentendía de los problemas del mundo.
Nueve meses después, esa "línea roja" ha evolucionado. El régimen sirio admite que posee armas químicas –las reservas más importantes de Oriente Medio–, incluso ha amenazado con utilizarlas en caso de intervención militar occidental, aunque no contra la población del país. Ahora los servicios de inteligencia franceses, británicos e israelíes han confirmado la utilización de dichas armas al menos en dos ocasiones y en dos lugares: Alepo y Homs. Y Barack Obama se ha visto en el aprieto, o más bien en la situación bochornosa, de reinterpretar esa enigmática "línea roja" y esos "cálculos" que forman parte de una ecuación que nadie conoce.
En Washington viven atemorizados con el recuerdo de Irak y las armas de destrucción masiva. Ahora, en el caso de las armas químicas sirias, esgrimen tres condiciones:
- Que haya evidencias contundentes.
- Que se hayan utilizado en cantidad significativa. Parece que ha habido uso a pequeña escala, y por tanto no con un propósito militar. Puede que Al Asad haya querido poner a prueba la reacción internacional antes de emplearlas a gran escala para intimidar a sus oponentes.
- Que su uso haya sido deliberado. Aunque todo apunta a Al Asad, tampoco es inconcebible que los rebeldes se hayan apoderado de algunas de estas armas, y tampoco sería la primera vez que las víctimas de las armas químicas fueran resultado de fuego amigo.
Y mientras llegan las confirmaciones, ¿qué? El régimen se afianza y Estados Unidos pierde credibilidad. Y no ha de olvidarse que Siria es algo más que la cuestión de las armas químicas.