Los ataques en las calles de Londres y París, y un doble atentado suicida en Níger, ocurridos todos ellos en la misma semana pero de características y efectos muy distintos, son todos ellos parte de una misma amenaza del terrorismo yihadista salafista. Esta es ubicua, poliédrica y ha venido para quedarse, para matar provocando terror y para combatir, con los medios que tenga a mano, a un enemigo enorme en poder y envergadura –innumerables Estados y millones de individuos, incluidos la inmensa mayoría de los musulmanes– pero también vulnerable frente al zarpazo del terrorismo.
En Londres, dos británicos de origen nigeriano asesinaban fríamente a un soldado el 23 de mayo y captaban la atención mediática. Con su acción amenazaban al mundo, indicándonos que ya no podremos vivir tranquilos. Dos días después, otro individuo intentaba –y por poco lo logra– acabar con la vida de un soldado que realizaba labores de vigilancia antiterrorista (Plan Vigipirate). En Londres se atacaba y asesinaba a un soldado desarmado y en París casi muere un soldado armado y vigilante: ambos casos tienen en común el factor sorpresa y la determinación de los terroristas. Frente al caso de Londres, en el que los terroristas esperaron la llegada de la Policía, en París el terrorista huyó, para poder seguir atentando. Son dos casos distintos aunque con el mismo objetivo: matar.
En un escenario no europeo, y en la misma semana, nos encontrábamos con acciones terroristas más letales y por ello eficaces desde la perspectiva terrorista. Hasta diez terroristas suicidas muertos en una doble operación, ejecutada con un intervalo de media hora, contra un acuartelamiento militar en Agadez (24 soldados y un civil asesinados) y una instalación de la compañía francesa Areva –que extrae uranio– en Arlit (un civil muerto y trece heridos). Los terroristas entraron en Níger desde Libia, cada vez más su santuario; pertenecían a al menos dos grupos terroristas, el Movimiento para la Unicidad del Islam y el Yihad en África Occidental (Muyao) y el grupo denominado Los que Firman con la Sangre, de Mojtar Belmojtar, y mostraron buena organización, coordinación, motivación, disponibilidad de medios logísticos y, en suma, eficacia.
En Londres y en París, en Agadez y en Arlit, forman parte de lo mismo: buscan extender la yihad sembrando la muerte y el terror por doquier, y son todos ellos parte de esa amenaza representada por el yihadismo salafista. Una ideología atroz, que manipula el islam hasta convertir una religión en un instrumento de combate, y a la que no hay que hacer concesión alguna. Vivimos momentos dramáticos, en los que hay que reconocer como nunca antes que no todas las ideologías son legítimas, y que esta en concreto demanda de todos nuestros esfuerzos para derrotarla.