El cerco se estrecha, la dialéctica gana intensidad y la retórica se desdobla en tantos frentes que al régimen de Teherán ya le quedan pocas excusas. El informe que hace apenas un mes publicó la Agencia Internacional de la Energía Atómica ponía fin a casi nueve meses de fingida calma en el affair nuclear de los ayatolás. Tras varias rondas de conversaciones circulares, idas y venidas, hasta el propio director general de la IAEA ha proclamado que se siente "frustrado" con la deriva negociadora de Ahmadineyad.
En clara violación de sus compromisos internacionales, Teherán ignora de manera continua las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que le instan a suspender de manera inmediata toda actividad de enriquecimiento de uranio. Lejos de cumplir con el Tratado de No Proliferación, Irán ha duplicado su capacidad de enriquecimiento en la planta subterránea de Fordow, diseñada para resistir ataques aéreos. Por si esta violación continuada de los protocolos internacionales no fuera suficiente, se sigue negando la entrada de los inspectores de la IAEA a la instalación militar de Parchin, donde se sospecha que se han llevado a cabo pruebas con dispositivos de implosión. Sería ésta la prueba definitiva de la dimensión militar del programa nuclear iraní, por eso llevan varios meses intentando destruir cualquier evidencia que lo demuestre, tal y como hemos podido apreciar en imágenes por satélite.
En la Asamblea General de la ONU que tuvo lugar hace escasos días en Nueva York comenzaron a perfilarse las posiciones, y Teherán, por primera vez, puede llegar a creer que las amenazas del eje EEUU-Israel van en serio. Netanyahu proclamó en su discurso que debe establecerse una "clara línea roja" que Irán no debe cruzar; horas antes, Obama había declarado que EEUU haría "lo que tuviera que hacer" para evitar que Teherán desarrollara una cabeza nuclear. Estas declaraciones no deben caer en saco roto, teniendo en cuenta que Obama se presenta a la reelección en poco más de un mes.
La comunidad internacional comienza a mostrar impaciencia. Desde la Unión Europea se exige una nueva ronda de sanciones económicas, mientras que el ministro de Exteriores alemán ha exigido a Irán que "deje de jugar" porque la situación es "grave". Por su parte, los ministros de Exteriores de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad han demandado que Teherán actúe "urgentemente" para disipar las sospechas internacionales con respecto a su programa nuclear. Por si fuera poco, Hillary Clinton ha sacado de la lista de organizaciones terroristas al grupo de resistencia de los Muyahidines del Pueblo, decisión que sentará muy mal en el régimen de Alí Jamenei.
Sin embargo, cualquier ataque militar contra los intereses iraníes debe ser cuidadosamente sopesado. Las consecuencias que tal acción podría desencadenar deben ser examinadas minuciosamente. Las represalias sobre Israel, principalmente, y otros aliados en la zona del Golfo serían inmediatas. Una acción de tal tipo contaría, previsiblemente, con el veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad, y tendría que ser llevada a cabo contra la legalidad internacional. Por otra parte, desde un punto de vista político, se romperían las alianzas comunes contra el programa nuclear iraní y, probablemente, se registrarían levantamientos multitudinarios en varios países árabes de mayoría chií. Desde un punto de vista interno, un ataque uniría a la población iraní ante la amenaza de un enemigo extranjero, desmoronando el clima de descontento social que han conseguido las sanciones económicas impuestas por la ONU. Probablemente lo peor de todo es que una intervención armada no destruya las pretensiones iraníes de hacerse con cabezas nucleares, sino que únicamente las retrase y las haga resurgir con renovadas fuerzas.
Queda margen para la diplomacia, pero no se puede jugar al ratón y al gato durante mucho tiempo más. Hay líneas que no se deben cruzar.