Sin ayuda externa, los rebeldes lo tienen casi imposible contra el formidable aparato de poder del régimen. Pero quien está recibiendo material del exterior es precisamente el bando oficial, no los opositores. Mientras éstos sigan dispuestos a dejarse matar, la lucha puede prolongarse durante muchos meses y sus oportunidades se mantienen abiertas, pero son pocas mientras no llegue el empujón desde fuera.
El régimen no se resquebraja. No sólo el clan de poder, en torno a la familia Assad y sus más directos beneficiarios. Las deserciones de un ministro y un par de generales ajenos al círculo íntimo de las alturas no cambia mucho las cosas.Tampoco flaquean los apoyos sociales. Por supuesto, la minoría alauita que forma la mayor parte de la administración y las fuerzas armadas, a todos los niveles, y por tanto, recibe su sueldo directamente del Estado. Pero tampoco otras minorías como los cristianos o los drusos, que viven en el terror de lo que podría ser un régimen islamista. Y también se mantiene fiel el mundo suní de los negocios, que el presidente ha sabido promocionar y vincular al régimen por la vía del interés.También ellos temen a sus correligionarios más radicales, aunque serían los primeros en bascular hacia el otro lado si hubiese serios indicios de que las tornas iban a cambiar.
Por su lado, muchos oficiales y soldados suníes siguen en sus unidades, que el Gobierno mantiene apartadas de la primera línea de choque, temerosos de la represión que se extiende a toda la gran familia. Precipitarían el hundimiento del régimen si este diese señales claras de derrota. Su pasividad es indicio de que esas señales no se vislumbran.
La metodología de la represión que está siguiendo Damasco se ha adaptado al giro hacia la resistencia armada que ha venido registrándose desde el verano. El modelo lo ha proporcionado Homs, o más bien la barriada de Bab Amr en la que se había hecho fuerte la rebelión armada. Ha sido bombardeada inmisericordemente, hasta que los guerreros de la revuelta han tenido que abandonarla. El que hayan conseguido hacerlo, sin duda con un grado de deterioro apreciable, muestra las limitaciones de la victoria gubernamental.
Enseguida los esfuerzos militares se han concentrado en otra ciudad más septentrional, Idlib, próxima a la frontera con Turquía, más pequeña pero con la importancia añadida de se hablaba de su zona como el posible emplazamiento de un área de seguridad para refugiados y combatientes. Meras habladurías, pero la posibilidad ha sido desbaratada con rapidez, al menos de momento. Lo que no parece que estén en condiciones de hacer las fuerzas de choque del régimen, una fracción bastante pequeña de sus grandes efectivos, es mantener el control de las zonas “reconquistadas” cuando se dirigen a otro objetivo. Mientras tanto, no sólo la carencia de material pesado limita las capacidades de los resistentes, sino su falta de unidad y organización. Son estas las condiciones, por ambos bandos, que pueden mantener vivo y sangrante el conflicto durante largos meses.