En 2009, poco antes del comienzo de la cumbre del G-20, el presidente de EEUU, Barack Obama, dijo del brasileño Luis Inázio Lula da Silva que le encantaba porque era el gobernante más popular del planeta entre los suyos. Cuatro años después, la popularidad de Lula ya no es tanta y empezamos a conocer la causa de ella. Hace unas semanas el Tribunal Supremo ratificó la pena de ocho años y once meses de cárcel impuesta al extesorero del Partido de los Trabajadores (PT), el de Lula y la actual presidenta, Dilma Rousseff, por su participación en un inmenso escándalo de corrupción denunciado en 2005.
Con Lula en la presidencia del país (2003), el PT organizó una red para obtener fondos públicos de forma ilegal y usarlos para financiar campañas electorales y, además, sobornar a diputados y senadores de cuatro partidos, que se unieron a la bancada parlamentaria del PT en el Congreso y dieron a Lula la mayoría que no había obtenido en las urnas. Así pudo gobernar sin excesivos problemas y convertirse en el político más popular.
El extesorero, Delubio Soares, es el primero de los tres dirigentes del PT en la época del escándalo que tiene la condena confirmada en apelación. En las próximas audiencias el Supremo analizará los recursos presentados por el expresidente del PT José Genoino y el exministro de la Presidencia y exguerrillero José Dirceu, quien en esos años era considerado la mano derecha de Lula y que tuvo que dimitir al ser señalado por los testigos como jefe de la banda.
Cuando empezaron las denuncias, el Gobierno y la izquierda afirmaron que todo respondía a una conspiración de la derecha y la oposición contra quienes habían sido elegidos por los votos y estaban mejorando la suerte de los pobres. Cuando se abrió la vista oral, Lula dijo, displicente, que él no estaba siguiendo el juicio, ya que tenía otras cosas que hacer.
De manera imparable, la corrupción se está convirtiendo en un factor omnipresente en la alta política. En los últimos años, varios presidentes y primeros ministros de diversas naciones occidentales han sido condenados por el otorgamiento de favores a cambio de dinero para ellos y sobre todo para sus partidos políticos: el francés Jacques Chirac, el argentino Carlos Menem, el italiano Silvio Berlusconi, el israelí Ehud Olmert, el croata Ivo Sanador, el rumano Adrian Nastase…
La corrupción puede ser un freno al desarrollo de Brasil y también a los planes de su dirigencia de convertirlo en una potencia regional. Sería una lástima, pero otra prueba de que la mayoría de los países e imperios se derrumba por culpa de sus gobernantes, no por la solapada labor de poderosas manos negras.