De todos los presidentes americanos –Barack Obama incluido–, quizá el más culto, viajado y, aparentemente, preparado para su misión es el ecuatoriano Rafael Correa. Nacido en 1963, se formó en economía en Bélgica y Estados Unidos, habla inglés y francés, ha conocido la pobreza de sus compatriotas, ha vivido en varios países y tiene experiencia administrativa como ministro de Economía. Sólo se pueden comparar el chileno Sebastián Piñera, empresario de éxito, y el colombiano Juan Manuel Santos, vástago de una familia oligárquica. Pese a las afirmaciones de que el nacionalismo se quita viajando y la incultura leyendo, Correa ha usado su experiencia y su ciencia en unirse al socialismo del siglo XXI patrocinado por Hugo Chávez. Un demagogo y un ególatra. Sin duda, en el primer tercio del siglo XX habría sido parafascista, como Getulio Vargas y Juan Domingo Perón.
Al igual que Chávez y Evo Morales, Correa ha tratado de refundar Ecuador, con una Constitución nueva, un Estado plurinacional y el desprecio a la historia anterior de la república. El nombre de su movimiento es Revolución Ciudadana. Correa fue elegido presidente por primera vez en 2006, y la nueva Constitución le dio la posibilidad de poner el contador de sus mandatos a cero y postularse a dos elecciones. El domingo pasado ganó otra reelección, con más del 56% de los votos, lo que le permite no tener que acudir a una segunda vuelta. Además, parece que su movimiento se ha hecho con la mayoría absoluta en el Legislativo, que hasta ahora no tenía.
La oposición todavía no ha aprendido la lección de Venezuela y se presentó en varias candidaturas. El segundo puesto correspondió al banquero Guillermo Lasso, con un 22%; los candidatos del pasado, Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa, han quedado por debajo del 10%. Su retirada es imprescindible para construir una nueva oposición.
Como sus mentores y aliados, Correa no está dispuesto a ceder el poder pacíficamente. "Ésta revolución no la para nada ni nadie", fueron sus primeras palabras al conocer la magnitud de su victoria. En el lado positivo, Correa ha acabado con la inestabilidad política de Ecuador, que en los años precedentes se había convertido en una república bananera, con presidentes depuestos por locos, asonadas militares y algaradas. La subida del precio del petróleo y las remesas de dinero de los inmigrantes son los principales recursos económicos del país. El Gobierno gasta esos fondos en subsidios para los pobres y en obra pública. A cambio, los ecuatorianos cierran los ojos ante los ataques a la prensa por parte de Correa, la delincuencia creciente y un régimen personalista; los mismos vicios que el chavismo. ¿Cambiará Correa su Constitución para perpetuarse en el poder? Lo veremos enseguida.
La diferencia con Venezuela es que la moneda que circula en Ecuador es desde 2000 el dólar de EEUU. Y aunque los socialistas nos tienen acostumbrados a realizar prodigios como la instauración de monarquías hereditarias (v. Cuba y Corea del Norte), una revolución con el dólar imperialista en la calle sería demasiado.
Populismo, delincuencia, experimentos políticos, nacionalizaciones, demagogia televisiva, pobreza... Ecuador es un país donde a los españoles no se les ha perdido nada.