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Campo de batalla yemení

Obnubilados por la guerra en Siria o por los procesos electorales norteafricanos olvidamos que Yemen sigue ardiendo, y ello en un escenario ya convulso antes de que se desencadenaran las revueltas pero, indudablemente, agravado con éstas.

Obnubilados por la guerra en Siria o por los procesos electorales norteafricanos olvidamos que Yemen sigue ardiendo, y ello en un escenario ya convulso antes de que se desencadenaran las revueltas pero, indudablemente, agravado con éstas. La "solución" impuesta por Arabia Saudí no es tal y lo pone en evidencia la desatada violencia actual.

Tras el atentado que casi le cuesta la vida al ya expresidente Alí Abdullah Saleh, el 3 de junio de 2011, este curó sus heridas en un hospital de Arabia Saudí mientras se diseñaba una salida política para Yemen: la inmunidad de Saleh y el acceso a la Presidencia de su vicepresidente, Abd Rabbo Mansour Hadi, consolidado por unas elecciones celebradas el 21 de febrero. Los occidentales, acostumbrados a no comprender nada y a no tener influencia alguna en este convulso país árabe, veían el amaño saudí como la mejor solución posible. Ahora, la espiral de violencia pone en evidencia las contradicciones no resueltas.

Si el 7 de mayo más de cuarenta militares morían en una ofensiva en toda regla de Al Qaida contra la 115ª Brigada de Infantería, en Zinjibar, provincia de Abyan, feudo yihadista desde hace meses, el día 12 el Ejército lanzaba una operación en tres escenarios de dicha provincia para tratar de terminar con la impunidad con la que los terroristas se mueven en ella. Tan sólo en ese fin de semana morían al menos 45 miembros de Al Qaida y 18 militares.

La ofensiva gubernamental se dirige contra Al Qaida, en buena medida la franquicia regional Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA), una de las más potentes, a la que se añaden grupos locales como Ansar Al Sharía. Este abanico de grupos superpuestos traen de cabeza a las autoridades yemeníes desde la primavera de 2011, cuando aprovechando el caos profundizado por las revueltas en este paupérrimo país agudizaron su conocida estrategia de acoso y derribo contra actores debilitados (algo que emulan también en lugares como el norte de Malí o Somalia). Es significativo además que estos grupos sobreviven a las ofensivas que contra ellos lanzan sus enemigos, ofensivas importantes en términos de uso de medios pero no tan eficaces en la medida en que no están bien coordinadas dentro de una estrategia unificada. A título de ejemplo, muchos cantaron victoria cuando en la primera semana de mayo un avión no tripulado estadounidense eliminaba a un importante cabecilla de AQPA, Fahd Al Qasaa, quien participara en el emblemático atentado suicida de Al Qaida que en 2000 acabó con la vida de 17 marines estadounidense al atacar el ‘USS Cole’ en el puerto de Adén. Esta victoria táctica, unida a otras anteriores y posteriores, daña sin duda a AQPA, pero no consiguen erradicarla. Los ataques desde el aire estadounidenses y los terrestres yemeníes golpean sin tregua, pero ni recuperan el control del territorio ni apagan el fuego guerrero de los yihadistas.

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