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América nos espía

El único país que queda libre del invasivo fisgoneo americano es uno que abriga ciertos secretos que sería importante conocer, Corea del Norte.

El único país que queda libre del invasivo fisgoneo americano es uno que abriga ciertos secretos que sería importante conocer, Corea del Norte. Lo logra gracias a su eremítica desconexión del resto del mundo. Al parecer esa es la solución modélica, pero nada apetecible.

La principal defensa práctica contra la masiva intromisión consiste en que los billones de datos que adquieren no podrían ser controlados y procesados por mentes humanas más que si éstas se contasen por millones y hasta por decenas de millones. ¿Cuántos centenares de miles se necesitarían para leerse los informes primarios de ese hipotético océano de funcionarios de base de la inteligencia? ¿Cuántos para los informes hechos con lo seleccionado como Dios les da a entender por los del segundo escalón? ¿Y el tercero, el cuarto, el quinto? Así hasta llegar a las tres hojitas que el director nacional de Inteligencia presenta cada mañana al presidente, que no siempre tendrá tiempo o interés para escucharlo o leerlo. Un predecesor suyo le dimitió a Clinton después de dos años en el cargo porque no le hacía ni caso. Salvo descubrimientos sensacionales, los números uno están convencidos de que ellos entienden el mundo mucho mejor que toda esa pirámide de oscuros funcionarios, incluidos los contratados, como el traidorzuelo Snowden. Al fin y al cabo son ellos los que tratan a los otros números uno, que también son los que más saben.

Antes del 11-S, lo que la NSA controlaba realmente de todo lo que conseguía no llegaba al 4%. Lo demás se almacenaba. Ahora es una cantidad casi infinitesimal. Cuando se produjeron los magnos atentados y el FBI y todo el sistema de inteligencia empezaron a rebuscar en sus archivos y a evaluar todo lo que unos no habían comunicado a otros, resultó que podían haber sabido bastante de la conjura y quizás haberla desbaratado. El problema era y siempre será conectar los puntos. Los puntos numerados que dibujaban el patito en la lámina infantil. Sólo que eran muchos y los números no estaban puestos.

Si se espía a la canciller alemana, y a otros 35 líderes mundiales que por ahora se sepa, se supone que alguien hará el completo seguimiento, pero muchas horas de conversaciones perfectamente irrelevantes, de las que el seguidor querrá trasmitir el máximo por si acaso, necesitarán varias depuraciones para hacerlas digeribles y muchos oídos y ojos implican otro problema: las incontenibles filtraciones. Snowden se llevó 50.000 documentos y aún no se sabe todo lo que contenían y no contenían, pero la alimentación de la interminable saga de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), antes conocida sólo por los iniciados y ahora ya casi más famosa que la legendaria CIA, proviene igualmente de las continuas declaraciones a la prensa por parte de fuentes internas anónimas que revientan por no parecer menos que Snowden. El coloso tiene deleznables pies de barro. Pero, ¡por Dios!, no olvidemos que los americanos no tienen el monopolio. Todos tratamos de hacer lo mismos con amigos y enemigos. La diferencia está sólo en las capacidades.

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