"Me duele España". Me permito utilizar la conocida frase de Miguel de Unamuno, pues expresa bien lo que siento en estos momentos de nuestra historia. No es una coincidencia de sentimientos entre D. Miguel y yo, creo que se trata, más bien, de una similitud entre la situación por la que atravesaba la España de hace un siglo y la que atraviesa la actual.
Puede que las circunstancias personales y familiares tengan alguna influencia en dicha visión, pero hay comportamientos colectivos y hechos objetivos que permiten a cualquier analista imparcial poder atisbar las razones por las que se puede sentir dolor por la manera en que transcurre la vida en común de los españoles. Claro, si no hay amor, no se puede sentir dolor.
La vida personal y familiar es un continuo devenir de hechos y acontecimientos.
Igual sucede con la vida de los países. En ambos casos se sigue un proyecto o un plan para alcanzar unas metas u objetivos. Cuando esos proyectos no buscan el beneficio del colectivo o de las mayorías y sólo buscan el beneficio personal o el de algunas minorías, los proyectos resultan frustrantes para todos. Creo que España va en esa dirección.
El detonante de nuestra situación actual como nación, creo que cualquier persona lo asocia inmediatamente al hecho más gravede nuestra reciente historia: los atentados de los trenes de Cercanías. Al menos yo lo veo así. Pero puede, insisto, que mi apreciación no coincida con la de los que se beneficiaron de aquella masacre o con los que se benefician del presente estado de cosas.
Las matanzas del 11-M fueron pensadas y decididas por un grupo de personas o por una organización que necesitaban amedrentar al pueblo español o a sus legítimos representantes. La realidad sobre la autoría, pasados catorce años, la desconocemos. Hay informaciones que son claramente falaces y algunas hipótesis con más o menos visos de verosimilitud, pero nada veraz de manera probada e incontrovertible. El silencio y el olvido del Estado, de las víctimas y del pueblo dejan patente en mayor o menor grado la culpabilidad de todos.
Desde este punto de partida, resulta complicado responder a las preguntas de por qué y para qué. Permítanme al menos que lo intente hipotéticamente. La España del comienzo del siglo XXI era un país que, tanto interior como exteriormente, ocupaba un lugar acorde tanto con su historia como con el quehacer y la voluntad de la mayoría de los españoles. A raíz del 11-M comenzó el cambio, no sólo de nuestra vida en común, sino de la vida social e individual de muchos españoles. El declive no tiene visos de cambiar, pese a lo que nos dicen con insistencia. La economía sólo es un aspecto de nuestra vida.
Un atentado, planificado para matar a miles de criaturas inermes e inocentes, no puede ser fruto de la improvisación, no puede ser obra de tres individuos como los encarcelados y sus falsos comparsas de Leganés. Si "España iba bien", ¿por qué esta atrocidad? El odio de los autores a personas desconocidas tampoco puede ser el móvil de los hechos. El odio a España –representada por Madrid– o a los dirigentes del momento parece más probable que un capricho de los criminales. Pero nada ni nadie mueve a nuestros representantes a investigar y sacar a la luz los hechos. Curiosamente, el odio parece instalado en nuestra sociedad a todos los niveles, basta ver los informativos de casi todos los medios de comunicación. Odio entre personas, entre grupos y entre autonomías. Ese odio que nos transmiten en los informativos no se corresponde con lo que vivimos y sentimos la mayoría de los contribuyentes.
Si analizamos lo ocurrido a raíz del 11-M, seguramente podemos encontrar respuesta al para qué. Intentaré esbozar algunos hechos que, en mayor o menor medida, podrían relacionarse con los atentados:
– Un cambio drástico en nuestra política exterior.
– La lucha contra el terrorismo se cambió por conversaciones con los dirigentes de la banda terrorista doméstica. Por supuesto, con permiso del Parlamento.
– Economía nacional al borde del rescate.
– Incremento del paro hasta llegar a ser los subcampeones de la Unión Europea en este rubro.
– El golpe de Estado perpetrado con el apoyo de partidos y autonomías comprometidos con el derribo de la Hispania romana. El 23-F recibió un trato muy diferente al actual.
– Corrupción generalizada y erradicación de todo principio moral y ético.
Parece como si algunos añoraran los reinos de taifas y nos lo venden como algo positivo. Eso sí, lo revisten con el término federalismo.
Éstas y muchas más realidades de la España de 2018 sí pueden justificar el mayor atentado terrorista de nuestra reciente historia. Si seguimos tapando a los autores y sin hacer justicia, nos haremos cómplices de la Leyenda Negra.