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Gabriel Moris

Elecciones Legislativas 2019

He de confesar que, desde las elecciones del catorce de marzo de 2004, me resulta imposible asimilar un proceso electoral con un derecho y un deber ciudadanos.

No quiero alarmar a nadie con el título de mi reflexión, no. Tampoco quisiera ser alarmista ante un proceso electoral. Sí deseo transmitir mi preocupación ante este aspecto de nuestra democracia. También quiero advertir que me parece más adecuado el término votación que elección. Los votantes creo que no elegimos a los candidatos y, para colmo, nuestra libertad para votar, a unas siglas o a otras, se ve alterada o coartada por los medios de comunicación y por comportamientos totalitarios y antidemocráticos de algunos grupos, entre otros muchos factores.

He de confesar que, desde las elecciones del catorce de marzo de 2004, me resulta imposible asimilar un proceso electoral con un derecho y un deber ciudadanos. Cuando al pueblo –sujeto y objeto de la democracia– se le cambia la voluntad por medio de un atentado, o se le engaña permanentemente, o se le confunde con programas u objetivos falsos, la democracia deja de ser tal para convertirse en demagogia. Y buena parte del electorado se vuelve incrédulo ante todo lo relacionado con la vida pública. Los que asesinan a personas a veces se confunden o coinciden con los asesinos de principios, ideas y normas. La anarquía, el desorden y la impunidad pasan a ser la norma. La convivencia resulta inviable y la sociedad se autodestruye.

Desde aquellas elecciones, creo que hemos tenido cuatro o cinco procesos electorales y dos de ellos, al menos, han ido precedidos de ataques terroristas con víctimas mortales. El primero de ellos, por su magnitud, por su tratamiento y por sus consecuencias, podría asimilarse a un golpe de Estado o un crimen de Estado.

No me parece un buen balance para una democracia avanzada, como solemos calificar a la nuestra. Algo está haciendo mal nuestra muy deseada democracia, o los que hemos votado como nuestros dirigentes, para que sucedan estos hechos tan viles.

Aún resuenan en nuestros oídos frases como "¿Quién ha sido?", "¡Queremos saber!", "Ha sido ETA", "Hay terroristas suicidas", "Han utilizado Goma 2 ECO", "Es obra de Al Qaeda" o "España se merece un Gobierno que no le mienta"... Hoy día, una buena parte del electorado ni las conoce, ni las recuerda ni ganas que tienen de recordarlas; en parte porque han pasado quince años de silencio.

La Ley de Memoria Histórica en vigor, o es una ley incompleta, o se aplica de manera un tanto parcial o incluso aparenta ser una ley algo sectaria.

Sea como sea, el olvido del 11-M durante estos quince años –presente campaña electoral incluida–, aunque nadie haga mención de ello, no evita que algunos no podamos olvidar lo inolvidable. Las víctimas y una parte del electorado, muy cualificada moral y socialmente, son los únicos capaces de mantener públicamente las peticiones de investigar lo realmente ocurrido y se haga justicia por todos los males causados. Algunos de esos males son irreparables, pero entre ello y la inacción total debe haber –en nuestro ordenamiento jurídico– algo para reparar el mal causado. Si no es así, se podría haber legislado para corregir y prevenir los hechos, aún pendientes de conocer.

"España va bien y es un gran país". La economía, el paro y la convivencia eran asimilables a los de los países de la Zona Euro, en la que habíamos entrado con pie firme. Este balance nada tiene que ver con el de la España actual:

Economía al borde del rescate y crecimiento de la deuda externa y del paro.

– Política exterior en la Alianza de Civilizaciones.

Diálogo con ETA y los separatistas hasta introducir a los partidos secesionistas en las instituciones.

Golpe de Estado en Cataluña y sinergia con los separatistas vascos. Hace recordar las reuniones de Perpiñán que precedieron al 11-M.

– Los Atentados de los Trenes de Cercanías se saldaron con un juicio, un autor material, pruebas falsas obviadas y una ley del silencio y olvido impuestos, lo que deja insatisfecho al analista más cándido o al mejor pagado de los colaboracionistas.

Creo que los días que vivimos nos pueden hacer recordar este dicho: "En tiempos de las bárbaras regiones, colgaban de las cruces los ladrones, pero ahora, en el siglo de las luces, del pecho del ladrón cuelgan las cruces".

Si en la nueva legislatura alguien propusiera investigar el 11-M, no haría nada más que cumplir con una deuda del Estado para con el pueblo.

PS. Por si fuera de su interés: Petición al Gobierno, al Congreso y a la Audiencia Nacional: Investigar los Atentados del 11-M.

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