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Obama y el Ejército de Estados Unidos

La desconfianza de Obama respecto al poder americano no es mera retórica, pues está predicando con el ejemplo.

Mucha gente cree que el discurso que el presidente Obama dio en West Point trató exclusivamente de política. Al establecer falacias del hombre de paja y luego desmontarlas, el presidente se definió básicamente por lo que no es. No es un aislacionista. No es un belicista. Y, por supuesto, nadie afirma seriamente que sea una cosa o la otra. Como tampoco esas posiciones extremas son verdaderas opciones estratégicas para el mundo real.

Sí, el discurso del presidente se ha presentado como una defensa frente a sus críticos políticos. Pero sería un error concluir que la política es el único factor que impulsa la política exterior de Obama. Parecer haber también un propósito estratégico. Por decirlo de una manera sencilla: se trata de limitar el poder americano y de redefinir la naturaleza misma del liderazgo americano en el mundo.

Antes de Obama, los presidentes tendían a ver el poder americano como algo positivo. Ayudaba a garantizar la paz y creaba un orden mundial. Servía a los valores de la libertad y la democracia con el respaldo a sus aliados. Cualquier presidente posterior a la Segunda Guerra Mundial podría haber pensado en guerras particulares, pero ninguno dudó de la bondad y necesidad del poder militar americano, como medio de defensa y como fuerza de estabilización y disuasión en todo el mundo.

Pero Obama lo ve de otro modo. En West Point tuvo cuidado de reconocer el punto de vista tradicional de que el poder militar es la "columna vertebral" del liderazgo americano. Pero al igual que con casi todas sus afirmaciones sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, mostró sus reservas, especialmente respecto a las cuestiones militares. "La acción militar no puede ser en todo momento el único, ni siquiera el principal, componente de nuestro liderazgo", comentó. “Sólo por que tengamos el mejor martillo no significa que veamos todos los problemas como un clavo al que golpear”.

El sarcasmo es revelador. Como lo es, también, la proliferación de conjunciones como si, y o pero para calificar (y contradecir) cada importante afirmación en torno a la eficacia del poder americano. Está claro que el presidente piensa que el poderío militar americano está sobrevalorado, cuando no que directamente supone un problema. Lo que resulta particularmente extraño es su aparente creencia de que éste no posee un verdadero valor a menos que se use de verdad.

Por ejemplo, en West Point proclamó que la principal labor de las fuerzas armadas es defender lo que él denomina "intereses centrales"; como cuando nuestro pueblo se ve amenazado; cuando nuestra forma de vida está en juego; cuando la seguridad de nuestros aliados está en peligro". Pero si las fuerzas armadas se han de usar por cualquier otro motivo, por ejemplo, para causas humanitarias, se debe hacer "multilateralmente”, bien mediante Naciones Unidas, bien mediante la cooperación con un indefinido “otros”.

Es importante dejar claro de qué está hablando aquí. Obama está describiendo el uso activo de la fuerza. No hay ninguna consideración sobre el valor residual del poder militar (y por tanto de las fuerzas armadas en sí mismas) como factor disuasorio de la guerra, que al fin y al cabo fue la principal estrategia militar no sólo durante toda la Guerra Fría sino incluso en décadas posteriores.

La desconfianza de Obama respecto al poder americano no es mera retórica, pues está predicando con el ejemplo. Está llevando a cabo profundos recortes en las fuerzas armadas. El anuncio del aumento de la inversión en seguridad hecho en el discurso de West Point era para gastar 5.000 millones de dólares, pero no para modernizar las fuerzas armadas de Estados Unidos, sino para ayudar a otros países a combatir el terrorismo. Todo su empeño estratégico tiene el objetivo de conseguir que otros (la ONU, nuestros aliados) hagan más para que así nosotros podamos hacer menos. Y eso se cumple no sólo cuando implora a los aliados de la OTAN para que "pongan de su parte", sino cuando espera que el Gobierno afgano ocupe nuestro lugar en la lucha contra los talibanes después de nuestra retirada.

Aconsejar a otros que hagan lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer no es liderazgo. Es la abdicación del liderazgo. Nuestro indispensable papel ha sido siempre el de hacer lo que otros no pueden, nuestra función más prioritaria ha sido la de proporcionar una fuerza militar lo suficientemente creíble como para mantener un balance de poder favorable tanto a nosotros como a nuestros aliados. Por ello es una vergüenza que el presidente albergue tales dudas acerca del país que lidera.

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