Después de los atentados de Boston, muchos se están preguntando cómo alguien que vino a Estados Unidos con 9 años, asistió a algunas de nuestras mejores escuelas, fue capitán de su equipo de lucha libre, fue al baile de graduación y obtuvo la ciudadanía americana, cómo alguien así pudo haber infligido un ataque tan devastador a nuestra sociedad. Las pruebas que están apareciendo sugieren que parte de la respuesta está en que nadie durante la última década le enseñó a Yojar Tsarnaev a amar a Estados Unidos, o al menos no se hizo una buena labor en ese punto.
Pero estamos seguros de una cosa: no se le enseñó que asimilarse a la sociedad americana era algo deseable. Como estoy descubriendo mientras escribo un libro sobre los hispanos (bueno, de hecho ya lo descubrí cuando llegue a este país, a principios de la década de los 70), ya no enseñamos la asimilación patriótica. Con ello quiero decir el amor por el país, no sólo por sus comodidades materiales.
En realidad, ahora enseñamos lo contrario, que todos pertenecemos a grupos sociales que viven unos al lado de los otros, todos con distintas ventajas y distintos estatus legales de protección clasista, pero que no formamos parte del mismo tejido nacional. Por decirlo de otra forma, enseñamos multiculturalismo y diversidad y hacemos que la asimilación sea muy difícil de conseguir.
Si Yojar y su hermano Tamerlán son culpables de los actos de terrorismo de los que se les acusa debido a que sucumbieron al radicalismo islamista, entonces se trata de monstruos personalmente responsables de volverse contra la tierra que los acogió. Tamerlán ha pagado con su vida y a Yojar se le juzgará.
Pero en estos momentos en que estamos lidiando con el espinoso asunto de la inmigración, y cómo hacer con los millones de personas que llegaron desde medidos del siglo pasado en una masiva ola migratoria, estaría mal que no analizáramos los sucesos de Boston en busca de una pista sobre si nuestro enfoque sobre la inmigración funciona.
En primer lugar, veamos el caso de los hermanos Tsarnaev. Para encontrar un indicio de su motivación, tenemos a su tío Ruslán. Al preguntarle por qué sus sobrinos habían atentado contra la maratón de Boston, él contestó con la ya famosa frase de:
Porque eran unos perdedores, por el odio a los que pudieron establecerse; éstas son las únicas razones que puedo imaginar.
En otras palabras, el fracaso sirvió de terreno fértil que permitió a la mala simiente del islamismo radical echar raíces. La respuesta del tío Ruslán tiene especial significado, ya que contrasta enormemente con su propia visión de Estados Unidos. Esto es lo que dijo Ruslán que enseñó a sus propios hijos:
Éste es el microcosmos ideal. Yo respeto este país. Yo amo este país, que le da a todo el mundo la posibilidad de ser tratado como un ser humano.
Luego tenemos los tuits que envió en los últimos meses Yojar, de 19 años, que ahora se aferra a la vida tras el intercambio de disparos con la Policía de Watertown. Dos de esos tuits exhiben su desprecio por el país que le dio refugio, que lo envió a la prestigiosa Cambridge Rindge and Latin Academy y que le dio un beca para estudiar en la Universidad de Massachusetts.
El pasado 6 de noviembre, la noche de las elecciones presidenciales, @J-Tsar tuiteó: "estados unidos inmune a la jodienda #justforthisoneday". El 14 de marzo de 2012: "una década ya en estados unidos, me quiero ir".
Como podemos ver, Yojar dominaba la jerga de cualquier americano, pero no así el patriotismo que antes era parte de ese dominio. Como Peggy Noonan escribió en 2006 en un profético artículo:
No estamos asimilando patrióticamente a nuestros inmigrantes. Los estamos asimilando culturalmente. (...) Ya sean sus padres de Trinidad, Bosnia, el Líbano o Chile, sus hijos, una vez convertidos en americanos, escucharán la misma música, tendrán las mismas referencias, verán los mismos programas. Y en cierto grado y en cierta forma eso los mantendrá unidos. Pero no para siempre ni en el momento decisivo.
Esta situación es fruto de decisiones que hemos tomado. No es que simplemente nos volviéramos flojos y dejáramos de enseñar a los inmigrantes (y a los nativos) a amar a Estados Unidos; decidimos dejar de hacerlo y además hacer de la asimilación un concepto sucio que denota coacción y pérdida de la cultura ancestral. Y eso a pesar de todas las evidencias de que la asimilación, tal y como se predicaba y practicaba desde los orígenes de la nación, no era coercitiva ni exigía el fin de los desfiles del Día de San Patricio, o dejar de amar la cocina italiana.
Este mes, en un documento retrospectivamente muy oportuno, el Hudson Institute revisaba los datos de la Harris Interactive Survey, que mostraba la existencia de una enorme brecha patriótica entre americanos nacionalizados y americanos de nacimiento. Cuando se les preguntaba que cuál debería ser la más alta autoridad legal, la Constitución o el derecho internacional, y si se consideraban americanos o ciudadanos del mundo, los americanos de nacimiento respondían la Constitución y ciudadanos de Estados Unidos un 30% más que los nacionalizados.
Los investigadores del Hudson se preguntaron:
¿Por qué existe esta enorme brecha (...)? Los líderes políticos han alterado de forma fundamental nuestra política (...) para la asimilación, pasando de la americanización (o integración patriótica) a un multiculturalismo que destaca la pertenencia a un grupo étnico en perjuicio de la cultura americana común. Por decirlo brevemente, les hemos enviado a los inmigrantes el mensaje equivocado sobre la asimilación.
Pero no siempre fue así. Ya se produjo un debate sobre asimilación o multiculturalismo en la década de 1910, y nos decantamos por lo primero. La Generación Grandiosa que vino a continuación pasó la prueba de la hora de la verdad de Noonan.
Durante estos últimos días, mucha de la gente que ha estado reflexionando sobre cómo pudieron los Tsarnaev haber actuado del modo en que lo hicieron no ha tenido en cuenta que la falta de asimilación podría ser el motivo al enfatizar que vivían en Cambridge, "uno de los lugares con mayor diversidad y mayor grado de inclusión social de Estados Unidos".
De hecho, el problema está en ese enfoque de inclusión que considera equivocado enseñar a amar a un país tan generoso que adopta a dos extranjeros de un país lejano, les da refugio, los acoge y les brinda educación gratuita. Haberles enseñado a amarlo habría podido impedir el radical lavado de cerebro que desembocó en los atentados.