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Fundación Heritage

La sal no es tan mala como dicen

La mayoría de la gente puede mantener su nivel de salud sin tener que reducir la cantidad de sodio que consume.

Pues parece que los americanos se tendrán que tomar con una pizca de sal todas esas advertencias sobre el sodio en la dieta en las que insisten la primera dama, Michelle Obama, los burócratas federales y diversas normativas alimentarias.

Las investigaciones más recientes indican que la mayoría de la gente puede mantener su nivel de salud sin tener que reducir la cantidad de sodio que consume, comenta Rebecca Voelkner en el blog de la revista de la Asociación Médica Americana, haciéndose eco del trabajo de investigadores de Dinamarca y Estados Unidos. Voelker lo resume de este modo:

Sus averiguaciones mostraron que las personas cuya ingesta de sodio se encuentra entre 2,645 y 4,945 [miligramos diarios] (el 90% de la población mundial consume cantidades de sodio dentro de esos márgenes) tenían los índices de riesgo de enfermedad cardiovascular y fallecimiento más bajos. Los investigadores no encontraron ninguna diferencia en punto a estado de salud entre los niveles de ingesta más bajos y los más altos dentro de esos márgenes.

La sal se ha convertido en el objetivo principal porque Michelle Obama ha hecho de una dieta más saludable (especialmente para los niños) el eje de su campaña antiobesidad Let’s Move (A moverse), que ha contado con la cobertura de los medios de comunicación tanto de izquierda como de derecha desde hace cinco años. A finales de febrero el secretario de Agricultura, Tom Vilsack, estuvo junto a la primera dama en un acto para impulsar la lucha contra la comida basura en las escuelas. Aunque dicho activismo por parte de organismos como el propio Departamento de Agricultura o la Agencia de Medicamentos y Alimentos (FDA) también ha causado escepticismo.

"Nuestro conocimiento de la salud y la nutrición está cambiando constantemente", ha declarado el investigador de normativa agrícola de la Fundación Heritage Daren Bakst:

Esta realidad no ha impedido que el Gobierno federal se haya vuelto más arrogante al pretender que sabe lo que es saludable y al pensar que la opinión pública es demasiado ignorante como para tomar por sí misma decisiones sobre su dieta. Podemos ver esta arrogancia en los mandatos de etiquetado de menús y en el intento de la FDA por prohibir de manera efectiva las grasas saturadas artificiales.

Bakst, que suele analizar las regulaciones públicas sobre alimentos y nutrición, dice también:

Este es el mismo Gobierno federal que ni siquiera distinguía entre grasas beneficiosas y nocivas en la pirámide de la alimentación de 1992 y que fomentaba el consumo de carbohidratos. La norma inaudita de la FDA contra las grasas saturadas bien podría ser el comienzo de una fuerte campaña reguladora contra ingredientes tales como el sodio, el azúcar y la cafeína.

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