El arquitecto clave de Obamacare, Jonathan Gruber, ha sido últimamente enorme foco de atención debido a sus despectivos comentarios sobre sus conciudadanos.
En una serie de videos tomados en diversas conferencias y charlas, entre 2010 y 2013, Gruber afirmaba que al pueblo americano hubo que ocultarle los efectos de Obamacare debido a "la estupidez del votante americano". El catedrático del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT), dijo que "la falta de la transparencia" era "una enorme ventaja política" a la hora de escribir dicha legislación y comparó a sus críticos con "mis hijos adolescentes".
Para colmo de males, nos enteramos que Gruber recibió casi seis millones del dinero de los contribuyentes como pago por sus diversos servicios en el diseño y consultoría de Obamacare.
El martes pasado, esta arrasadora desgracia desembocó en una audiencia especialmente dura del Comité de Supervisión y Reforma del Gobierno, que acabó dándole al penitente Gruber una reprimenda de padre y muy señor mío.
¡Ay!
Aunque no me gusta estar en desacuerdo con la formidable Rep. Cynthia Lummis, (R-WY), creo que a Gruber le deberían dar ¡una medalla a la honestidad!
La actitud de la clase política de Washington en general —y de las élites progresistas en particular— es que los americanos no son lo suficientemente inteligentes como para tomar sus propias decisiones. El pueblo debe ser engatusado, engañado, amenazado; de plano, hay que mentirle a fin de lograr el bien mayor.
Tomemos, por ejemplo, la evaluación de Gruber sobre el argumento impuesto/tasa que está en el epicentro de la aprobación de la ley Obamacare y posteriormente en la lucha ante la Corte Suprema:
Este proyecto de ley fue escrito de una manera tortuosa para asegurarse que la CBO [Oficina de Presupuesto del Congreso] no denominara el mandato como impuesto. Si la CBO hubiera denominado el mandato como impuesto, el proyecto de ley habría muerto. Bueno, se escribió así justamente para que se aprobara.
Esto es absolutamente cierto. Todo el mundo en Washington —en ambos lados de los pasillos del poder— sabía que ésta era una maniobra clave para lograr que se aprobara Obamacare. Lo escandaloso aquí no es lo que dijo Gruber, sino que se atreviera a admitirlo.
Gruber sigue los pasos de la gran tradición de los progresistas: hacerse pasar por defensores del hombre común y corriente, sólo para darse cuenta de que el hombre común y corriente no comparte necesariamente los mismos objetivos. Por tanto, de alguna forma se debe engañar al americano común y corriente. Es por su propio bien, caramba…
Es un modo de pensar profundamente antidemocrático pero demasiado común entre las personas en el poder. A principios de este año, la Associated Press reconoció que el gobierno de Obama es el menos transparente de la historia. Esta administración ha procesado en las cortes de justicia a informantes de irregularidades, ha atacado a periodistas y tenía al IRS presionando a grupos activistas. Esta administración justifica su comportamiento con la actitud de que "Papá sabe más que tú".
Si uno da por sentado que los opositores políticos simplemente "se aferran a sus armas o a la religión" por pura amargura, es mucho más fácil racionalizar el efecto sobre la Primera y Segunda Enmienda. Si uno está convencido de que es imposible que la gente pueda vivir su vida bien por sí misma, acaba uno creyendo en la microgestión de los almuerzos o la reducción del tamaño de las gaseosas.
Hasta podría verse tentado de determinar qué opciones de atención médica pueda usted tener.
Pensar que uno sabe lo que es mejor para el pueblo americano, de hecho, que sabe más que el mismo pueblo, desemboca en una violación aún mayor de sus mejores intereses: les quita la libertad de decidir por sí mismos.
Por desgracia, hay mucha más gente en el gobierno que piensa como Jonathan Gruber.