Cada siglo desde la fundación de Estados Unidos, enemigos extranjeros han puesto a prueba la fortaleza de la república americana, nuestra seguridad nacional y nuestros principios políticos. El 11 de septiembre de 2001 no fue el primer atentado devastador al territorio de Estados Unidos: en 1814, los británicos quemaron Washington DC y, en 1941, los japoneses bombardearon Pearl Harbor. El repaso a estos dos eventos nos recuerda que el 11 de septiembre no fue un acontecimiento totalmente único. La muerte, la destrucción y la conmoción de los atentados reforzaron una lección previamente aprendida por generaciones de valientes americanos quienes nos legaron una América independiente, fuerte y libre.
Poco después de la Revolución Americana, las Guerras Napoleónicas en Europa indujeron a Inglaterra y a Francia a atentar contra la soberanía americana en alta mar. Francia exigía sobornos en su diplomacia e Inglaterra reclutaba a la fuerza a ciudadanos americanos, obligándolos a servir en la Armada Británica. En respuesta a estas violaciones de la independencia americana, Estados Unidos trató de reivindicar su soberanía y asegurar las bendiciones de la libertad de los americanos ganada con tanto esfuerzo. Pero años de gastos inadecuados en defensa habían dejado a Estados Unidos mal preparado para combatir en la Guerra de 1812.
Las pocas victorias americanas contra los británicos eran directamente atribuibles a previas asignaciones presupuestarias del Congreso para fuertes, fragatas, tropas regulares y formación de oficiales. Estos preparativos militares fueron muy inferiores a los que los presidentes Washington, Adams y Jefferson habían pedido y fue así debido a que el Congreso confiaba en que la diplomacia sería suficiente para mantener la paz. Como resultado de ello, el presidente James Madison fue incapaz de defender la joven capital. En el verano de 1814, las tropas británicas desembarcaron en Maryland y en espacio de once días tomaron Washington DC, quemaron las Cámaras del Congreso, la Casa Blanca y la Biblioteca del Congreso (que albergaba la colección de libros de Jefferson). Aunque Gran Bretaña y Estados Unidos pronto negociaron la paz, el costo final de la guerra fue mucho más caro de lo que los preparativos en defensa habrían costado.
Más de un siglo después, el creciente ejército de Japón y sus políticas cada vez más agresivas en el este de Asia durante los años 1930 fueron en aumento, casi sin obstáculos. La confusión y la discordia dentro de los propios Estados Unidos llevaron a la timidez en el extranjero. Un aislamiento cada vez mayor por un lado y una deferente política exterior altruista por otro dejaron los intereses americanos muy desprotegidos.
A pesar de que la Segunda Guerra Mundial continuaba sin tregua, muchos americanos (habiendo olvidado las lecciones de su previa política exterior) aspiraban a que Estados Unidos no se viese afectado. El ataque a Pearl Harbor hizo añicos tales conceptos e hizo falta una sangrienta y costosa guerra para derrotar a los enemigos de Estados Unidos y reafirmar la independencia soberana de la nación.
La lucha contra el terrorismo islámico radical, responsable de los ataques del 11 de septiembre de 2001, tiene su propio conjunto de retos únicos y requiere nuevas políticas de actuación. Sin embargo, el 11 de septiembre no ha cambiado el mundo como para que sean necesarios nuevos principios para proteger a Estados Unidos. Aún somos un pueblo que desea ejercer el autogobierno en el país y la independencia en el extranjero. Estados Unidos se ha enfrentado a enemigos implacables antes: los británicos en el siglo XIX y los japoneses en el siglo XX. Pero la gran estrategia necesaria para hacer frente a estos desafíos sigue siendo la de los Padres Fundadores de Estados Unidos.
A lo largo de este siglo XXI, potencias extranjeras, indefectiblemente, seguirán amenazando nuestra independencia. Es cierto que Estados Unidos no puede retraerse lejos de los problemas mundiales con la ingenua esperanza de una seguridad aislada. De hecho, la experiencia ha demostrado que hacer caso omiso a las amenazas desde el extranjero hace que los americanos estén menos seguros en casa. Hace dos siglos, en medio de la lucha de Estados Unidos por proteger su independencia frente a la coacción de potencias extranjeras, James Madison escribió: "Es un principio incorporado en la política establecida de Estados Unidos, que la paz es mejor que la guerra, la guerra es mejor que pagar tributo". El compromiso de Estados Unidos con la protección de su independencia soberana y su preparación militar contra sus enemigos siguen adelante para asegurar los beneficios de la libertad para sus ciudadanos. Esa es la lección del 11 de septiembre; una lección que se ha visto reforzada a lo largo de la historia de Estados Unidos como nación independiente y es una que no debe olvidarse nunca.