La noche del domingo Ciudadanos ("Siudatans", que decía Carlos Floriano, ¿recuerdan?) celebraba en Barcelona su extraordinario resultado electoral. Un resultado que a todas luces va a tener mucha más importancia que la de unos simples 25 escaños en un parlamento autonómico. Y se me antoja que los discursos de Inés Arrimadas (¡guapísima!) y Albert Rivera (¡también!) en la noche electoral, así como los gritos que coreaban los fans de la formación naranja, les han dado muchos más votos que los que se acababan de escrutar en las urnas. Votos en Cataluña y votos en toda España. Y si no votos, al menos simpatía. Porque a los españoles nos gustó esa celebración, un poco simplona y tautológica, pero emocionante, del "¡Cataluña es España!", y sobre todo ese grito que se puso de moda con los éxitos de nuestros deportistas y que anoche coreaban a voz en cuello Rivera, Arrimadas y todos los militantes y simpatizantes reunidos en su sede: "¡Yo soy español, español, español!". Por eso Televisión Española (¿española, española, española?) cortó la retransmisión.
Grito, como Ciudadanos,
con espontánea alegría.
Con un punto de osadía
frente a tirios y troyanos.
Grito porque los tiranos
han perdido mi control:
¡Yo soy español, español, español!
Grito como grita Inés
(la guapísima Arrimadas),
dejándome de bobadas,
vergüenzas y paripés.
Grito como quien después
tomará un poco de alcohol:
¡Yo soy español, español, español!
Grito porque sé que avanza
la voz de la libertad.
Grito con tranquilidad,
pero también con pujanza.
Grito con la confianza
del que no va de farol:
¡Yo soy español, español, español!
Grito también (casi aúllo)
por desagravio y desquite.
Dejen que me desgañite
con una dosis de orgullo.
Y grito contra el chanchullo
y el imperio de Pujol:
¡Yo soy español, español, español!