Allá en la hermana Colombia
quisieron hacer un pacto
para que los terroristas
dejaran de ser tan malos.
"Si no nos matáis, nosotros
os ofrecemos regalos,
cortesías, subvenciones,
prebendas, tierras y cargos".
Los terroristas dijeron
que por supuesto, que claro.
Que se mostraban de acuerdo,
complacidos y encantados.
E hicieron negociaciones
en la Cuba de los Castro,
paraíso progresista,
floreciente y democrático,
que es desde donde las FARC
deciden sus atentados,
y donde sus dirigentes
tienen albergue y amparo.
Llegaron pronto a un acuerdo
con el presidente Santos,
que estaba loco, loquito,
por conseguir ese trato.
"La paz", dijo el presidente,
radiante y emocionado.
"La paz, queremos la paz",
dijeron sus partidarios.
"La paz", decían los medios,
(todos en el mismo lado).
"La paz", dijo Timochenko
(terrorista veterano
que es el jefe de ese híbrido
de comunistas y narcos).
"La paz", dijo el Rey Demérito
(o séase, don Juan Carlos).
"La paz", dijo Zapatero
(que está en todos los saraos).
"La paz", manifestó Obama
(ya al final de su mandato).
"La paz" también dijo el Papa,
allá desde el Vaticano
(solo unos meses después
de visitar a los Castro).
"La paz", dijo desde España
nuestro ministro Margallo,
que presionó al rey Felipe
con muchísimo entusiasmo
(aunque afortunadamente
no claudicó el Soberano).
"La paz", repitió Maduro,
cráneo previlegiado.
"La paz", dijo Pablo Iglesias,
que es nuestro bolivariano.
"La paz", coreó la izquierda,
en un unánime aplauso.
"La paz", dijo el Grupo Prisa
(en cuyo holding mediático
hay en Colombia periódicos,
televisiones y radios).
Y entonces, todos de acuerdo,
se disfrazaron de blanco.
Hicieron volar palomas.
Hicieron spots dramáticos.
Derramaron muchas lágrimas
de caimán americano.
Movieron los sentimientos.
Mintieron, manipularon.
Y les dijeron de todo
a los contrarios al pacto.
"Queréis guerra, rencorosos".
"Sois vengativos y malos".
"Si os matan, es vuestra culpa,
por fachas y reaccionarios".
Total, que hubo plebiscito
para bendecir el pacto.
Y las encuestas decían
que el sí era mayoritario.
El sí era paz. El no, guerra.
Todo muy simple y muy claro.
Y entonces votó la gente.
¡Y entonces afloró el pasmo!
Resulta que ganó el no,
pese a todos los apaños.
Pese a todas las presiones.
Pese a todos los tinglados.
Pese a todas las señales,
pronósticos y presagios.
Y a los de sí se les puso
carita de acongojados.
Y empezaron a insultar
a todos los ciudadanos
que quisieron decir no
y que en las urnas ganaron.
Lo típico de esta gente:
no aceptar el resultado.
Pero descuiden ustedes,
que esto va para más largo.
Les durará una semana,
como mucho, el disgustazo.
A la semana siguiente
van a volver a intentarlo,
saltándose a la torera
el número de sufragios.
Santos no dimitirá
como había asegurado.
Timochenko, desde Cuba,
seguirá siendo alabado
como el gran hombre de paz
que ha querido perdonarnos.
Pondrán verde a quien recuerde
sus muchos asesinatos.
Y con redoblados bríos
retornarán al asalto,
porque el morro de esta gente
es más sólido que el mármol.