Lo de hacerse un selfie con la cabeza cercenada de tu víctima es el resultado de un acto nazi para apoderarse del telenoticias. El criminal busca los quince minutos de gloria de Andy Warhol y producir escalofríos en los millones de telespectadores que reciben su mensaje sin filtro profesional en sus casas. Se sabe de sobra que una foto con una cabeza separada del cuerpo es trending topic.
Los criminales del Estado Islámico han desarrollado un plan estratégico para sorprender, angustiar y aterrorizar a Occidente, especialmente a Europa, con las imágenes de sus propias producciones cinematográficas.
Matan tras aleccionarse como gusanos goebbelsianos del imperio nazi con un plan que desarrollan también en las redes sociales y contaminan las agencias de noticias. Es muy curioso comprobar cómo los estrategas asesinos han buscado documentación histórica y aleccionamiento en el pasado criminal del Tercer Reich. La propaganda es su arma más efectiva: no es tanto el poder real de los crímenes que cometen sino su proyección en el imaginario colectivo. Siembran el terror hasta el punto de que ganarán batallas sin gastar otra cosa que video digital. Escalan la competitividad viral en un mundo sin preparación para hacerles frente. Los jóvenes toman estas píldoras del terror como si fueran una más de las películas de miedo que hacen andar a los muertos.
Los radicales islamistas lo primero que han montado, a la vez que el campo de adiestramiento para expertos en kalashnikov, es una productora de TV. Organizan equipos completos con su dirección, su producción y sus guionistas. El ejemplo máximo son esos videos recientemente distribuidos en todo el mundo: nuevas formas de matar. Víctimas con mono naranja y parsimonia desfilan hasta ponerse de rodillas donde van a ser degolladas, filas de hombres que van a morir se dejan mansamente, con el silencio de los corderos, rodear el cuello con el cordón explosivo que les arrancará la cabeza. También hay reos que se introducen en un coche y son amarrados a los asientos para que los valientes yihadistas/salafistas/terroristas disparen contra ellos, indefensos y resignados. La guinda del pastel es esa colección de entregados e impasibles prisioneros que son sumergidos sin el menor signo de rebeldía en una piscina dentro de una jaula, que al hundirse en el agua los matará a todos. Ni uno solo pretende mantener la nariz a flote hasta el final.
Esos videos tienen la factura de los que editan con mano sabia y buscan el mayor impacto en los ciudadanos alienados. No quiero poner en duda la realidad de las producciones videográficas de los asesinos del Estado Islámico sin antes dejar sentado que por supuesto son capaces de matar de verdad a gente indefensa, incluso la que toma el sol en una playa de Túnez, especialmente mujeres, niños o ancianos. Simplemente quiero decir que los videos de sus presuntos crímenes emiten un tufo a falsedad. Los pobres inmolados pueden ser simplemente actores y toda su producción videográfica tiene más trampas que una película de chinos. Sin embargo, observo que el periodismo ha bajado la guardia y se deja impresionar por un enemigo desprovisto de escrúpulos.
¿Y por qué habrían de utilizar actores si están dispuestos a asesinar de verdad? Muy sencillo: si son actores, en caso de que la primera toma no salga bien, se repite. Así se consiguen esos mensajes de realización perfecta. Son asesinos pero también perversos realizadores de televisión.
La civilización está en guerra contra el terrorismo y el más activo es el islámico. Ha llegado el momento de que el periodismo no persista en el error de convertirse en altavoz o involuntario cómplice del terror cortacabezas. Lo primero es contratar buenos periodistas, recuperando la excelencia: ni domesticados ni faltos de ciencia. Ellos matan para salir en el noticiario; nosotros, sin que nadie tenga que ordenarnos nada, debemos impedir desde ya que su propósito tenga éxito.