Pocas veces una sentencia judicial resulta tan descorazonadora. Las condenas del Madrid Arena son cortas, insatisfactorias y desproporcionadas… a la baja. Son declarados inocentes los médicos que no medicaron lo suficiente, el jefe de policía que no veló por el orden y el ayuntamiento que tenía -y tiene- una construcción para eventos sin licencia en la que permitió el mayor despropósito: celebrar una macrofiesta de Halloween. Es el punto más negro de la gestión de Ana Botella como alcaldesa, y aunque la corporación que presidió es condenada como responsable civil subsidiaria, no aparece la verdadera importancia del papel que tuvo.
A Isabel de la Fuente, madre de Cristina Arce, una de las cinco chicas fallecidas en lo que han declarado homicidio por imprudencia aunque cualquiera puede ver que hay mucho más, le parece el asunto repugnante. Miguel Ángel Flores, ese supermán de la noche que tan buenas migas hacía con el vicealcalde, le han cascado cuatro años de prisión por cinco muertes de jóvenes que, debido a su codicia, se dejaron la vida en la avalancha de clientes, a los que permitió pasar sin asegurarse de que pudieran caber. Murieron de una de las peores maneras posibles: de asfixia por aplastamiento. Y en el tenducho médico que habían montado los galenos Viñals, que según el tocho de la sentencia lo hicieron fatal, tomaron por fallecimiento la parada cardiaca de las víctimas, cuando estaban allí justo para lo contrario. La sentencia describe la negligencia de médicos y policías, pero no la castiga.
Hubo un botellón en el exterior, que se permitió aunque incumplía todas las normas; un desplazamiento de masas, que no se ha castigado lo suficiente; una imprudencia castigada de forma tan leve que revela la mala calidad de los legisladores, que permiten la vigencia de lo obsoleto en el Código, tantas veces tocado para mal.
De modo que se mascaba la tragedia en un ayuntamiento capaz de sustentar un lugar al que podía acceder el Flores más relacionado con el superconcejal en el que se apoyaba la alcaldesa, en una corporación mejor preparada para driblar en los pasillos ciegos de la Justicia que en el cuidado de los ciudadanos. En la fiesta del Madrid Arena estuvieron la hija de la hoy presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, y la del entonces juez decano de Plaza de Castilla. Afortunadamente, estas chicas no se vieron envueltas en el aluvión, empujadas por los guardas deficientes de las empresas condenadas. Pero cinco de las muchachas que también estaban allí fueron pisoteadas, empujadas, aplastadas y privadas de oxígeno. El código empleado para juzgar los hechos condena con un máximo de cuatro años de prisión al que las acusaciones privadas pedían cuatro años por cada una de las muertes… y la Justicia lo ha saldado con menos de un año por homicidio. La ciega justicia.
De Flores dicen que ya está preparado, aunque condenado e inhabilitado, para en cuestión de días abrir una macrodiscoteca en Chamartín, si nadie lo remedia, quizá con nueva fiesta de jalogüín. El Madrid Arena era una clepsidra que amenazaba a miles de jóvenes. Los granos de arena subían a las gargantas hasta obstruir las vías respiratorias. Vomitorios clausurados, pasillos cerrados, puertas inservibles. Miles de jóvenes en riadas cortando la música estruendosa mientras las carcajadas se transformaban en gritos de horror. "Dile a mi padre que le quiero", "Me ahogo", "Socorro". Nadie sabía qué hacer ni había nadie preparado para evitarlo. Era una tragedia que se había fraguado desde que se destinó al baile una construcción inadecuada, que probablemente jamás hubiera sido autorizada si no fuera de gestión del propio consistorio. Pero en el grueso papel judicial de la decepción el ayuntamiento no aparece como el principal responsable, sino solo como una más de las entidades obligadas solidariamente a pagar a las víctimas. Dicen que las redes sociales arden de descontento, mientras Carmena afirma que Madrid no está tan sucio como se dice. Pero yo creo que de esta no consigue limpiarlo. Y el Madrid Arena seguirá disponible para otro osado.