En el país de Jarabo, el hombre lobo gallego y el Sacamantecas de Vitoria, es Joan Vila, el celador de la residencia de ancianos La Caritat, de Olot, el primer asesino en serie canónico de la historia criminal. Precisamente ha sido ratificada su sentencia de 127 años de prisión por el asesinato de once pacientes que pasaban su vejez atendidos en la clínica gerontológica bajo la tutela de este hombre ambiguo, de gruesas manos, pelo teñido de rubio, mediana edad mal llevada, panza refugio de malas intenciones y pellejo de resentimientos, que les aplicó un tratamiento de su invención: suministrarles un coctel letal de fármacos y luego, cuando aquello se hizo cansino, aburrido, probar a inyectarles con una jeringa directamente en la tráquea líquidos corrosivos como el salfumán.
Guardo en mi retina un jefe antiatracos de Barcelona, obeso pero ceñido, declarando ante un juez que los asesinos en serie son un invento de la prensa. Me habría gustado hacerle una sola pregunta al poli aquel despreciativo con la literatura criminal: ¿qué libros está Ud. leyendo? O mejor: ¿está Ud. leyendo algún libro?
En España ha desfilado en los últimos tiempos una gran cantidad de asesinos seriales, algunos de ellos que habían matado a una sola víctima, pero tenían preparadas un sinfín de acciones criminales, como el asesino del rol que había inventado un juego criminal para no aburrirse matando. Muy al principio está Zurrumbón y está el hombre del saco, el sacamantecas de Gádor, que no fue investigado, por lo que se ignora cuántos fueron los niños sacrificados. Está la vampira de Barcelona, Enriqueta Martí, y están las envenenadoras en general, que han matado tanta gente que ni se sabe.
España es un país de incrédulos, y en las fuerzas de seguridad, a lo largo del tiempo, se han colado algunos de estos seres inasequibles a la preocupación por mejorar, por entender el factor de la agresión, el propósito del que delinque, más allá de las normas del derecho punitivo. Y así nos va, donde se acumulan crímenes misteriosos, desapariciones enigmáticas, muertes que pasan por accidentes o naturales, pero que son crímenes perfectos de asesinos múltiples.
Con Joan Vila, el hombre ha dado un pequeño tropiezo, pero la justicia ha dado un gran salto gracias a la aceptación de su pertenencia a la categoría de asesino serial, que está tan clara y homologada, que después de sus actuaciones aliviando el censo de ancianos, por medio de la muerte inmediata, ha hecho que se establezcan, sin que la prensa pija vuelva a protestar, los asesinos en serie en el lenguaje de buenos y malos de las comisarías.
Joan Vila es un ángel de la muerte, un enfermero mortal que se coloca en un lugar de atención a enfermos crónicos, en un centro de atención médica, para precipitar desde allí el ascenso de la muerte súbita. De Joan, extrañaba que siempre muriera la gente cuando estaba de guardia. Y extrañaba que quienes entraban con él en un episodio de malestar súbito, ya no se recuperaran. Pero faltaba cerrar el círculo: la sospecha de que el enfermero, era en realidad el arma del crimen.
En su declaración balbuceante no se llegó a entender cuál decía él que era su verdadera razón para darle muerte a las abuelitas a las que quemaba el esófago con un chispazo de líquido, pero es fácil suponer que se trata de uno más de los enfermeros y enfermeras que han matado de ancianos a niños con una supuesta intención de aliviarles el dolor, pero bajo la verdadera razón de que este juego desboca su adrenalina. En el caso de Vila, cuando comprobó que la mezcla de fármacos era tan eficaz y discreta que jamás sería descubierto, decidió cambiar el método por el mucho más arriesgado de la jeringa con aguafuerte o cualquier otra porquería, aliñada si procede, con una pastillita liberadora de la conciencia. Joan Vila, según el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) merece la confirmación de la condena por once asesinatos, ocho de ellos admitidos y confesados por el enfermero que aparentaba estar en paz con el mundo pero que le declaraba la guerra cada vez que se ponía las chanclas de cirujano.
Ciento veintisiete años y seis meses de cárcel componen una condena imposible, que Joan Vila nunca cumplirá. Seguro que no irá más allá de dieciséis o dieciocho años de encierro, que es lo que está en la parte de fuera de los que nunca se reinsertan. Con tanto tiempo la vuelta a la sociedad es imposible, ¿pero hay algún supuesto en el que este sacamantecas se reintegraría en la sociedad para algo distinto de matar ancianos? No hay nada que pueda probarlo.
En el caso del hombre por el que todos los asesinos en serie en España recibirán ahora un trato especial, la autoría de las once muertes no las discute ni el abogado, según la sentencia del TSJC, habiéndose planteado en cambio si el celador sufría algún trastorno mental que le afectara habiendo resultado que no, al menos para la imputabilidad. Por otro lado, aunque una confesión no es suficiente para probar un delito, según el tribunal catalán, "en el plenario, en instrucción y en sede policial, acompañada por corroboración objetiva y periférica, constituye una actividad probatoria de cargo". Por lo que se formaliza el primer asesino en serie de ley.