Gracias a la presidenta Cristina Cifuentes se ha cumplido el propósito sin afán de lucro de conmemorar el 110 aniversario del regicidio frustrado de Mateo Morral, un evento olvidado aunque se trata del mayor atentado contra la monarquía y contra el pueblo de Madrid hasta el 11-M. Todavía más olvidadas están las víctimas, 23 muertos en el acto y 108 heridos. El desconocimiento sobre lo que de verdad pasó es total porque políticos, periodistas, historiadores y escritores se han limitado hasta ahora a alimentar la falsa leyenda y a difundir la torticera versión oficial.
En el magnífico auditorio de la Puerta del Sol que hoy ocupa lo que en tiempos fueron los calabozos de la vieja DGS, en el edificio del reloj, se produjo el pasado viernes un acto gratis total abierto a todos los madrileños y visitantes para que pudieran enterarse de lo que verdad pasó en la boda de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg en la calle Mayor, el 31 de mayo de 1906. La sala estaba a reventar, con público muy interesado en la verdad sobre el asesino de masas Mateo Morral, que ni era anarquista, ni romántico, ni neomaltusiano ni héroe solitario, sino el dinamitero de una organización que ya había intentado asesinar al rey un año antes en París.
Accedieron a información de primera mano surgida de documentos oficiales, contrastados y hasta hoy hurtados al general conocimiento. Información que no se puede encontrar en los libros de texto ni en los manuales de historia ni en las novelas fantasiosas. Mi investigación confirma que en los magnicidios españoles lo proverbial es que el ministro de Gobernación que ha sido incapaz de impedir un atentado salga reforzado y premiado. Así sucede con Práxedes Mateo Sagasta (masón), incapaz de proteger a Prim y que siempre se negó a hablar del asunto, cuando debería haber dado toda clase de explicaciones. Tal vez por ello fue presidente del Consejo de Ministros tantas veces.
En el caso del asesinato de Eduardo Dato, el ministro de Gobernación era Gabino Bugallal Araújo, segundo conde de Bugallal, político de rompe y rasga, partidario de medidas represivas contra la conflictividad social que llegó a tolerar la ley de fugas. Tras el crimen en plena Puerta de Alcalá, Plaza de la Independencia, como si la policía en Madrid no existiera, Bugallal fue elevado a la presidencia del Gobierno. Con Cánovas, Fernando Cos-Gayón y Pons, que murió solo unos meses después, acabó escribiendo la necrológica como purgatorio y es el único que no fue ascendido por su mala salud. Cerrando el círculo con Canalejas, su ministro Antonio Barroso Castillo obtuvo el Ministerio de Gracia y Justicia de manos del propio conde de Romanones, que, tras haber superado la prueba del algodón de su negligencia el día de la boda de los reyes, sucedió a Canalejas en la presidencia del Gobierno, a pesar de ser su adversario dentro del partido. En tiempos más modernos, Carlos Arias Navarro, inútil para impedir el asesinato de Carrero Blanco, fue elevado a presidente en lugar del presidente, cosa que todavía nos deja con la boca abierta. Y volvamos al caso de Romanones, que con su metedura de pata con el ramo de flores de Morral se vio proyectado para siempre a la gloria política. Segismundo Moret (masón) que fue el presidente que peor eligió la persona y el modo de proteger a los reyes y al pueblo de Madrid también fue premiado con su vuelta a la presidencia.