La serie que ha dedicado la tele privada al caso Asunta, la niña gallega de ascendencia oriental asesinada, resulta bastante discreta como entretenimiento, un trabajo más de ficción, aunque contiene algunos excesos como el productor que es a la vez el inquisidor, detective o periodista o lo que sea, y que la presenta como documental y hasta se atreve a corregirle la plana al fiscal pidiéndole explicaciones de por qué no utilizó en el juicio unas imágenes de la cámara de seguridad que le van muy bien a la telemovie. No puede ocultar sin embargo que las defensas también las desecharon.
Tampoco resulta creíble que haga intervenir a dos miembros del jurado a los que, como no se arrepienten en público de haber condenado por asesinato a los padres, apenas les deja hablar. Porque el fondo de la cosa es más o menos este: "Miren lo malos que son los medios de comunicación que han hecho que se condene a estos padres asesinos tan simpáticos". Y eso a pesar de que el invento es para exhibirlo en los medios pero esta autocrítica de boquilla vende en la imitación de la HBO con piezas chinas si eso existiera.
El nivel general de los guiones y el planteamiento revelan una escasa comprensión del lenguaje policiaco-judicial, aunque eso para cineastas de esta categoría no es necesario porque lo salvan con más ficción. Desde mi experiencia no tengo duda de que los padres de Asunta tuvieron un juicio justo con condena ratificada por el TSJG y el Supremo. Pero la película tiene que tener un argumento y entonces aunque el productor y creador omnipresente dice haber estado 14 meses llevando a cabo una investigación para concluir que hay muchas zonas oscuras, lo cierto es que entra a saco en el arca de las defensas y reutiliza hasta el material tóxico.
De modo que como se hace en la películas antiguas, el productor, el guionista y el director tratan de cuadrar unas horas imposibles, intentando demostrar que Rosario no podía estar en dos sitios a la vez, cosa que nadie afirma, que la niña no podía caminar tras la ingesta de lorazepam que le suministraban sus progenitores, a pesar de que las expertas en toxicología dicen que depende de la hora de la ingesta, y que faltan pruebas contundentes, aunque todo es irrelevante. Los dos condenados agradecen el interés samaritano del productor participando con entusiasmo en la obra. Rosario se harta de llorar y trata de demostrar que era una buena madre aunque el verano anterior apenas estuvo con la niña, y el papá, confiesa en una carta llena de mala literatura que al principio estaba pensando que se dedicaría a apretarle las clavijas a los que le han fastidiado, aunque después se ha dado cuenta de que lo mejor es que se elimine a sí mismo para castigar al mundo. Este disparate trata de explicar que los padres eran amantísimos a pesar de las evidencias, de que no denunciaron el ensayo contra la niña antes del crimen y de que los dos se mostraran incapaces de ocuparse de las cenizas que estuvieron abandonadas en el crematorio.
Rosario Porto y Alfonso Basterra, padre y madre adoptivos, fueron a China a por la pequeña porque los abuelos millonarios querían un nieto que no podían darles. Una vez muertos los abuelos, Asunta se hizo cada vez más pesada en la vida del matrimonio que acabó roto. La investigación descubrió que Rosario trató de ocultar a la vista de los agentes trozos de la cuerda naranja con la que la ataron y Alfonso Basterra nunca pudo explicar por qué compraba grandes cantidades de lorazepam, aunque se demuestra que muchas de aquellas pastillas fueron para Asunta. De los dos se sabe que mintieron. El juicio con jurado les condenó. En la instrucción hubo escándalo respecto a fotos de Asunta en posiciones inadecuadas vestida con ropa de ballet, que pocos padres harían a sus hijas y otras en juegos con aire siniestro. En las pupilas de la pequeña el instructor descubría alteraciones que podrían venir de la droga.
Se ha invertido una ingente cantidad de dinero en esta serie y se le ha dado por triunfadora, aunque dudo que nadie se haya enterado de nada nuevo, excepto de los delirios de la imaginación. Y se confirma la tendencia: cada vez hay más gente que habla de lo que no sabe.