Otra vez ha quedado en evidencia la capacidad de nuestro país para reaccionar ante los desaparecidos. La pequeña de Pizarra, Málaga, es un ejemplo de insuficiencia y falta de coordinación. Este ministro del Interior se comprometió públicamente a crear un centro nacional de desaparecidos y todavía no lo ha hecho, seguramente distraído con cosas más importantes a su parecer. El tiempo transcurrido desde su promesa es suficiente para ponerle falta.
La niña desaparecida en Pizarra no fue protegida por el protocolo de búsqueda de menores, que entre otras cosas marca que deben dejar de circular los trenes en la zona durante el rastreo.
La versión oficial afirma que la niña sufrió un accidente y la mató el tren ese que no debía circular, y la gente del pueblo, con la familia a la cabeza, cree que alguien se la llevó. Los medios oficiales bombardean con la idea del accidente mientras una población angustiada reclama que se aclare todo. Enésimo error en materia de búsqueda de desaparecidos, tragedia nacional y engorro en la comunicación del poder cuando más comunicadores tiene.
Quienes niegan la posibilidad de que la niña se fuera sola dicen que es imposible que llegara hasta casi cuatro kilómetros de donde desapareció de noche, caminando sobre la grava y sin desviarse de los raíles del tren. Un argumento de peso es que no se siguió el rastreo entre las vías al llegar a un punto en el que los adultos consideraron que era imposible incluso para ellos.
Sin embargo, los investigadores dicen que anduvo desorientada, quedó rendida y se durmió sobre las vías. Personalmente, yo no me lo creo, y lamento que todo esto, especialmente la falta de voluntad política, haya llevado a donde siempre, a la imposibilidad de resolver con bien una desaparición.
La niña apareció muerta con un fuerte golpe en el cráneo, que al parecer le dio el primer tren de la mañana. Y mientras se la buscaba por todas partes menos por el camino de las vías, que era el peligro evidente. En esa evidencia se dio la salida al primer tren de la mañana, que dicen que fue el que la mató. Todavía no nos hemos enterado de si se incumplió, como parece, el protocolo de búsqueda, que es malo pero encima no se sigue. Una vez más, se echa en falta eficacia, que solo puede venir de un mayor esfuerzo de formación y prevención.
Las asociaciones de desaparecidos predican en el desierto, los medios informativos se enredan en el fárrago de sus informaciones, y, por unos y por otros, la casa sin barrer. Habrá que pedir responsabilidades, exigir eficacia y llevar los desaparecidos al Parlamento, que hasta ahora, aunque con Bono se estableció el día nacional del desaparecido, en la fecha en que se hizo humo Cristina Bergua, tampoco ha ido más allá en la solución del problema. Cómo ha muerto la niña es esencial para explicar el misterio, pero por qué no se ha podido impedir que muriera es lo más importante para el futuro. España tiene un gran problema con los desaparecidos y necesita de una propuesta política que corte de raíz el crecimiento de familias cercenadas, a las que no sirven de nada las pamplinas de los frikis mediáticos que tratan de ocultar los errores modernos con recetas del pasado.