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Francisco Pérez Abellán

Klaus Kinski, el psicópata

Donde veas que hay una persona, hombre o mujer, que hace daño a todo el mundo a su alrededor, ahí hay un psicópata.

Una de las grandes dificultades en Criminología consiste en lograr que los alumnos visualicen la figura del psicópata. No basta con ponerles ejemplos de películas, como el Jason de Viernes 13. Normalmente yo salgo del trance con algo que no falla: "Donde veas que hay una persona, hombre o mujer, que hace daño a todo el mundo a su alrededor, ahí hay un psicópata".

No todos los grandes asesinos, o grandes violadores, son psicópatas, pero los que lo son, son los peores de todos. Hay que suponer que al menos un 5% de la población mundial es psicópata. La psicopatía es para algunos un trastorno del comportamiento y para otros una enfermedad mental. A nosotros nos interesa que los tribunales españoles suelen declarar a los psicópatas responsables de sus actos y, por tanto, imputables.

Aunque es una figura clásica de la criminalidad, yo diría que desde los años treinta, lo cierto es que no está obsoleta o pasada de moda. El psicópata está más presente que nunca. Especialmente en la sociedad española: hay políticos psicópatas, terroristas psicópatas, corruptos psicópatas, nacionalistas psicópatas, periodistas psicópatas, asesinos psicópatas... Como todo el mundo sabe, el psicópata es alguien que no tiene corazón, incapaz de ponerse en el lugar de otro. No siente empatía ni piedad. Y pudiendo elegir el bien, elige el mal.

Sólo atiende a sus deseos y miente, manipula. Nunca sufre por los demás: le interesan su ego y sus propios retos. Hoy, tras la reciente confesión en forma de libro de Pola Kinski, hija mayor de Klaus Kinski (1926- 1991), en el sentido de que fue objeto de abusos sexuales por parte de su padre entre los seis y los diecinueve años, podemos decir que aquel actor de cara de carne picada, masticada y escupida al mismo tiempo, con boca de herida abierta, ojos de loco y pelo de paja, era un psicópata. En un informe se le diagnosticó una psicopatía en 1950, cuando sólo tenía 24 años. Klaus, según Pola, siempre daba por supuesto que podía saltarse cualquier norma.

El brillante actor de Aguirre o la cólera de Dios y Fitzcarraldo se especializó en papeles de canalla. Como malo de película, abría los ojos hasta desorbitarlos, torturaba la expresión de su cara y gritaba como si hablara con un picahielos. La hija de la que había abusado, a la que trataba de convencer de que todos los padres lo hacían con sus hijos, entre limusinas y cucharadas de caviar, dice que cuando veía a Klaus en el cine desempeñando alguno de sus mejores papeles de enajenado no le parecía que se tratara de una actuación, sino que se comportaba "igual que en casa". Eso es un psicópata: uno que triunfa haciendo de sí mismo.

Es decir, que Klaus Kinski, que convirtió a su hija en su objeto sexual, que maltrataba a sus esposas, se convierte en un famoso excéntrico y millonario que se pasea en limusina entre los hoteles de cinco estrellas, acogiendo con regalos a su pequeña de seis años, y según los recuerdos de Pola Kinski es precisamente en el Cuatro Estaciones de la Maximiliamnstrasse de Múnich donde la besa apasionadamente, la desnuda y la viola por primera vez.

Ese escalofrío se ha sentido y se siente todavía entre los espectadores de Fitzcarraldo. Yo no soy mucho de Pola Kinski, sino que me declaro más bien de la hermana menor, Nastassja Kinski, en París Texas, de Wim Wenders, o en Tess, de Roman Polanski, donde recuerdo sus muslos firmes y su boca de herida abierta, heredada del psicópata. La bella con un temblor difuso a psicopatía, inactiva pero transmisible como la caída del cabello. Fiereza en la mirada, en el temblor sexual. Identidad en el hambre de triunfo.

Y mucho más en la multitud de películas menores, como la serie de detectives de Edgar Wallace que interpretó Klaus en Alemania, donde la belleza salvaje es la de sus hijas. Ellas dicen ahora que era un cerdo asqueroso.

Era el rubio infame, despiadado, que infunde temor. En su autobiografía (Ansío salvajamente tu boca de fresa, 1975) recrea premiosamente la evocación de haberse procurado experiencias sexuales con una menor de edad y de besar a las niñas con la boca abierta, aunque no revela en parte alguna que lo hiciera con su hija.

Yo he admirado largamente a Klaus Kinski. Su fuerza interpretativa, el miedo de su escalofrío. Lo bien que hacía de psicópata. Ahora no me privo de señalarlo como tal: Klaus es un psicópata, que actúa como un psicópata, que nos repugna con sus abusos y sus vicios, su cara masticada y escupida, atormentada. Un tipo marcado que no engaña a nadie, aunque los hay más sutiles que no necesariamente tienen la boca como una herida y que llegan a presidir gobiernos.

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