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Francisco Pérez Abellán

Hacerse el sueco

Un español murió en Suecia en ignoradas circunstancias. Se llamaba Miguel Ángel Martínez.

Un español murió en Suecia en ignoradas circunstancias. Su cuerpo fue identificado de una forma enigmática y enviado a Londres, donde quería ser enterrado. Llegó sin salvoconducto mortuorio, por lo que le hicieron la autopsia, donde descubrieron que le habían robado el corazón y tres quintas partes del hígado. El policía que investiga en Estocolmo los datos del drama se hace el sueco, como el ministerio español que no acaba de crear un grupo especializado en casos difíciles.

Miguel Ángel Martínez (Erandio, 1960) creía que contaba con algún tipo de protección por ser español en su viaje a Suecia, pero resulta que no. En el país que se considera uno de los más avanzados del mundo se quedó sin dinero, intentó hacer una transferencia desde su cuenta, en la que sí tenía fondos, pero había extraviado la documentación, por lo que fue abandonado a la luna de Valencia. Desesperado, protagonizó un incidente en una oficina bancaria, de la que se negó a salir sin que le resolvieran el problema. Pero allí también se hicieron los suecos.

Martínez padecía un desorden mental que no le impedía hacer el viaje, pero en una situación de estrés como la que sufrió le llevó a mostrar su lado más débil. El caso es que la Policía le detuvo, le llevó a comisaría y pidió a la española que lo identificara. Aquí el asunto se vuelve delirante. Los españoles mandaron una fotocopia del carnet de identidad. Los suecos dicen que tuvieron retenido a Miguel Ángel hasta las cuatro y veinte de la tarde, pero la fotocopia del DNI no llegó hasta pasadas las siete. El caso es que, una vez muerto y en la morgue, alguien le introdujo la fotocopia de su carnet en el bolsillo de los vaqueros, donde dicen que por casualidad lo encontró una enfermera de origen español, sorprendida ante el aspecto del fallecido. Sincronicidades, que diría Jung. Todo esto solo se sabe gracias a la investigación de Blanca Martínez, la hermana, obligada a hacer de detective los últimos diez años.

El caso es que aquí sí hay dónde pedir explicaciones: a la Policía sueca, a los forenses y al Gobierno sueco. La Policía extraoficialmente admite que pudo estar detenido más tiempo del que se reconoce, incluso 48 horas. Con lo cual los agentes incumplieron la ley sueca, que obliga a avisar y dar cuenta de la detención. Es un hecho que los últimos que vieron al español con vida fueron los policías.

Pero además resulta que la forense hace una autopsia incompleta y cambiante, donde pasa de no determinar con precisión la causa de la muerte a afirmar que se suicidó desde la cubierta de un ferry –dos o tres pisos de altura– dado que el cuerpo apareció flotando en Estocolmo con fuertes golpes en la espalda. Lo curioso es que el policía encargado de las pesquisas no sabe exactamente el lugar y sólo tiene un croquis del sitio. No hubo juez ni fiscal en el levantamiento del cadáver, ni fotos de su localización ni de la autopsia. En esta última, el forense británico recalca que no puede determinar la causa de la muerte porque falta el corazón.

Se especula con que a Martínez pudieron asesinarlo para extraerle órganos de cara a un trasplante clandestino. En Suecia, según el hospital más importante de Estocolmo, se tienen datos de al menos treinta trasplantes de este tipo, y se sabe que se pagan hasta 80.000 euros por un riñón. Los ricos sin escrúpulos no dudan en obtener un órgano sin que les importen los orígenes. Parece seguro que Martínez murió a mano de terceros y su cuerpo fue objeto de toda clase de irregularidades, y el misterio es tan grande como el abandono de la familia española, que no logra ningún consuelo: las autoridades españolas también se han hecho las suecas.

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