Sonia Iglesias desapareció hace siete años y medio. Tenía 42 y un hijo de ocho. Iba con su pareja en el coche y acababa de pasar por el zapatero. Fue el 18 de agosto de 2010, en el centro de Pontevedra. En el trayecto a su trabajo, desapareció. Su pareja dice que había un gran atasco y que por eso Sonia se bajó del coche para seguir a pie. No se la ha vuelto a ver. Durante tres años, el hombre, Julio Araújo, estuvo imputado por su desaparición, hasta que la jueza consideró que no había pruebas contra él. Ahora, pasado mucho tiempo, la Policía pone patas arriba el caserón en el que vivieron en busca del cuerpo de Sonia. Y Julio ha sido imputado de nuevo.
El caso es que las sospechas comenzaron cuando la Policía comprobó que la tarde en que Sonia se hizo humo no hubo atasco. A partir de ese momento reconstruyeron los pasos de Julio y todo les encajaba, excepto una hora y media, en que estuvo ilocalizable. Hubo oportunidad más que suficiente para cualquier cosa. ¿Se cree saber ahora qué hizo en ese misterioso tramo de más de una hora? ¿Por qué se ha hecho un segundo peinado de la propiedad familiar, cuando ya fue registrada en su día? Nuevos informes policiales han puesto de relieve indicios esperanzadores. Los familiares de Sonia siempre han creído que él sabía mucho más de lo que decía, pero para ellos ha sido una gran sorpresa ver que de repente volvía la acusación, porque nadie les ha avisado de nada.
Los desaparecidos son la asignatura pendiente en nuestro país. La mayoría ni siquiera tienen etiqueta: sexual, venganza, secuestro, ajuste de cuentas… No sólo no se sabe dónde están, sino que se desconoce qué puede haberles pasado. Por ejemplo, en el caso de Sonia se ha trabajado como si fuera una desaparición sin apellido, cuando la familia piensa que podría estar relacionada con un delito de violencia de género. De ser así, se aclararían muchas cosas. Al parecer, era Sonia la que aportaba la mayor parte de los ingresos. El imputado apenas reunía unos euros y pasaba mucho tiempo sin preocuparse del trabajo. La tensión había llegado a un punto máximo: ella parecía haberle anunciado que no tardaría en dejarle. La ruptura suele ser motivo de un gran estallido en la mayoría de las ocasiones; y a veces da paso a una desaparición o a algo peor, si es que hay algo peor.
Las desapariciones pueden ser por cualquier cosa. Conviene ponerles apellido porque eso facilita la búsqueda. Pero en nuestro país la mayoría de los asuntos están presididos por el misterio.
Lo de Sonia Iglesias dura demasiado. Ha sido muy largo y doloroso y todavía no ha terminado. Se trata de un buen ejemplo de lo que pasa con la gran mayoría de los desaparecidos. Ni siquiera los familiares más cercanos tienen confianza en que esta vez sea la definitiva, porque han visto al sospechoso acorralado y luego esbozando una mueca de alivio. Por supuesto, tiene derecho a la presunción de inocencia, pero la Policía le ha citado a declarar en calidad de investigado por homicidio. Es la manera de cubrir las posibilidades de una desaparición de amplio espectro.
Una máquina de georradar ha recorrido el perímetro de la finca en la que está la casa y se ha secado el pozo de la propiedad para revisarlo. Se han querido destapar a la vez todos los posibles escondites. Tal vez existe la intuición de que ahora encontrarán los restos, porque si imputan por homicidio es que dan por hecho que Sonia no regresará viva. Hay un sentimiento encontrado de alegría y tristeza, de euforia y dolor. Esta vez podría cerrarse el duelo, aunque todo depende de los valores acusatorios que se encuentren al final de los informes que sin duda han ido perfilándose en la eternidad insondable que ha transcurrido. Se confía en que aparezca un hilo que permita desenredar este angustioso lío.