El caníbal es el más aberrante y avanzado de los delincuentes. El hombre dedicado al mal que ha atravesado todas las fronteras: no sólo decide sobre la vida y la muerte, sino que cocina y se come a su víctima. El asesino caníbal en versión policía norteamericano es de rabiosa actualidad. En todo el mundo, las leyes no saben qué hacer con estos criminales. Al policía de Queens, Gilberto Valle, un jurado popular lo ha declarado culpable de todos los cargos por planificar el secuestro de cien mujeres para violarlas, torturarlas, asesinarlas y comérselas.
El juez no tendrá otra que condenarlo por un delito de conspiración para el secuestro, pero no por devorar carne humana, que en la mayoría de los códigos penales no está penado. Por imprevisión y torpeza del legislador.
Con su abulia de siempre, los legisladores mantienen leyes obsoletas o inservibles para los problemas de hoy. Además, un coro de tragedia griega repite en los foros sociales, cada vez que se exige una modificación puntual o se pide legislar sobre algo necesario, que "no se debe legislar en caliente".
Pues bien, dado que se han dado casos como el del ingeniero de Rotemburgo, el de los novios vampiros, el del sujeto que devoró a otro en Miami en un paso de cebra tras consumir determinada droga o el del río Manzanares, los legisladores españoles, para no hacerlo en caliente, podrían legislar para dentro de diez años, por si entonces aparece algún secuestrador caníbal y se acierta por casualidad.
Con el actual ministro de Justicia es difícil que se legisle a tiempo. Está demasiado entretenido en estropear lo que funciona bien. Alberto Ruiz Gallardón es fiscal, pero sólo por formación, apenas ha ejercido y seguro que ha olvidado el temario, vista su ejecutoria en tan sensible departamento: el escándalo de los indultos, el escándalo de las tasas judiciales, el escándalo de la lentitud judicial, el escándalo de la toma de la Justicia por la Política... Mejor que las deliberaciones para legislar sobre los caníbales empiecen con este ministro y terminen con el próximo. O el siguiente.
El más malvado de los grandes criminales es el asesino caníbal. El rey de la muerte y la degustación. La legislación española no está preparada para combatirlo, y tendrá que adjudicarle siempre algún delito colateral, puesto que el canibalismo no está penado. Y eso que en nuestra historia hay caníbales desde Atapuerca. Caníbales de campo y playa, caníbales mendigos que se comen el corazón de sus víctimas, caníbales serbios que se devoran los unos a los otros después de liquidar a un primer ministro...
El caníbal tiene una dentadura radiante, hiperblanca. El de Rotenburgo no deja de sonreír al juez durante la vista oral. Y barre con su sonrisa toda la bancada de la sala, provocando escalofríos. Tal vez insinúa que disfrutaría con tanta gente en la despensa. Es un entendido en ordenadores que se complace en poner cebos en la Red para atrapar ingenuos capaces de acudir a una cita a ciegas. Hombre imaginativo, sueña con guisos con fondo de habas en su salsa. Se deleita imaginando los filetes, guarda respeto al japonés Issei Sagawa, el descuartizador del Bois de Boulogne, y admira al improvisador kitsch tipo Matamendigos, que devora el corazón de su adversario como si se tratara de una pulposa manzana.
En el sur de Nueva York, la Fiscalía se prepara para endilgarle la perpetua a Gilberto Valle, depredador con placa, de dientes blancos, mandíbula de perro y estómago de fiera. Desde fuera, los planes de Valle, el poli caníbal, resultan grotescos, pero son igualmente eficaces. Equivocado respecto al poder de internet para guardar un secreto, se puso en peligro descubriéndose a sí mismo. La fiscal encargada del caso, Hadassa Waxman, dice que Valle es un depravado, un tipo desagradable y espantoso.
Gilberto tenía seleccionada una lista de víctimas, en la que figuraba su legítima. Y, diga lo que diga su abogado, nadie bromea tontamente con comerse a su propia esposa.