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El jurado, otra vez

A mí no me gusta el tribunal del jurado, pero, como no podría ser de otra forma, lo acato mientras esté vigente.

En Pontevedra se desarrolla un nuevo juicio con tribunal del jurado por un caso de doble homicidio con tufo a violencia de género que acabó a tiros de escopeta en una zona boscosa del municipio de Arbo. ¿Cabe un segundo Almonte? ¿Saldrá también libre el justiciable?

El fiscal pide una pena de 46 años de cárcel y uno de los principales indicios de la acusación se basa en la negativa del acusado a facilitar el código pin de desbloqueo del teléfono móvil que permitiría fijar sin ninguna duda dónde estaba en el momento del crimen. Él dice que estaba en Portugal, pero el fiscal lo señala apretando el gatillo para volar las cabezas de su exmujer y la pareja de esta.

En el juicio de Almonte (Huelva), que fue una carnicería, el jurado exoneró al carnicero, y no es un juego de palabras sino el retrato de la realidad, puesto que el individuo tenía ese oficio en el supermercado del pueblo. Y el caso es que uno cualquiera no podría haber hecho aquella carnicería con 151 puñaladas, cien en el cuerpo de una niña. Tuvo que hacerlo alguien con experiencia. Eso piensa la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil).

El jurado está en su derecho de no entender lo que allí pasó y no valorar correctamente las pruebas técnicas, aunque eso quizá cambie de rumbo en el tribunal superior. Por el momento lo que nos interesa es si se puede influir en el jurado. Y resulta que el jurado es muy vulnerable: puede ser influido por la verborrea, confundido por los datos y abrumado por la responsabilidad. Al fin y al cabo se trata de gente como usted y como yo: empleados de banca, amas de casa, dependientes, camareros… personas que nunca se vieron en otra, a la que el optimismo político endilga la obligación de juzgar. ¿Es una prueba que el acusado se haya secado el sudor en una toalla en la escena del crimen donde dice no haber estado? Muy pocos recuerdan esa frase televisiva de que "las personas mienten, las pruebas no".

¿Es una prueba que un individuo que podría librarse de la cárcel en la que lleva dos años de preventivo facilitando el código de acceso de su teléfono diga que no lo recuerda, consciente de que una vez desbloqueado revelaría dónde estaba cuando el crimen? ¿Cómo se lo tomará el jurado?

El presunto dijo algunas bravuconadas que suenan a amenaza y ha reconocido que vigilaba e incluso grababa en video los movimientos de su expareja, delatándose de esta manera como varón posesivo y celoso. Es decir, la base de un presunto acoso dentro de los cánones de la violencia de género. El perfil que supuestamente podría dar paso a un asesinato machista del tipo de los que liquidan a la mujer y al nuevo acompañante.

A mí no me gusta el tribunal del jurado, pero, como no podría ser de otra forma, lo acato mientras esté vigente. Incluso aceptaría con resignación formar parte de uno, cosa que gracias a mi conocimiento en la valoración de procesos y pruebas no significaría un gran esfuerzo, puesto que estoy en mejor disposición que otros para saber quién es el asesino. Lo que resulta desesperante es que no se admita que el jurado puede ser amedrentado, desorientado o equivocado en su ignorancia. No sé si es lo que ha pasado en el escándalo de Almonte, donde se detecta un gran abismo entre la justicia promovida por jueces profesionales y la justicia de jueces legos.

En el caso de Almonte, el razonamiento del veredicto resulta de una pobreza caprichosa, eligiendo creer a unos testigos en vez de a otros porque sí, o confiriendo el mismo valor al discurso de los peritos del Instituto Nacional de Toxicología que a los de parte. Todo esto, después de más de tres años de cárcel preventiva. Me pregunto qué pasará con este otro asunto de Arbo, y si allí el jurado estará la altura con quien lleva dos años de preventivo y no recuerda la contraseña del teléfono en lo que debe ser único en el mundo. También me pregunto qué votaría yo si estuviera en el jurado. Ni lo quiera Dios.

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