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Florentino Portero

España-Marruecos: una relación muy especial

España busca negocio para sus empresas pero más aún anhela estabilidad en Marruecos y complicidad con sus elites.

España busca negocio para sus empresas pero más aún anhela estabilidad en Marruecos y complicidad con sus elites.

No hay duda al respecto, ni siquiera debate partidista. Todos estamos de acuerdo en que las relaciones con el Reino de Marruecos son fundamentales para nuestra vida cotidiana. Desde los días del Protectorado hasta hoy las hemerotecas dan testimonio de que lo que ocurre en nuestra frontera sur nos interesa, nos afecta y, en ocasiones, puede llegar a provocarnos convulsiones políticas.

La seguridad empieza en las fronteras, con nuestros vecinos inmediatos. Portugal y Francia son para nosotros algo más que vecinos. Son estados amigos, aliados, copartícipes de esa aventura revolucionaria y de incierto futuro que es el proceso de integración europea. Francia es una potencia nuclear, pero a nadie por estos lares se le ha ocurrido pensar que eso suponga una amenaza de la que debamos protegernos, desarrollando un escudo antimisiles o un programa nuclear alternativo. Nos limitamos a comprarles kilovatios cuando lo necesitamos y a confiar en que su disuasión nos proteja.

Marruecos no es un estado amigo. Debería serlo y espero llegar a verlo, pero caeríamos en las redes de la corrección política si nos lo creyéramos. Se está hablando del establecimiento de una relación estratégica entre ambos reinos. Eso, hoy por hoy, es imposible, pero está bien colocarlo sobre la mesa como marco de referencia hacia el que las relaciones entre ambos países deben evolucionar. No es una opción. Para nosotros y para ellos es una necesidad. Más nos vale a todos llegar a constituirla.

Con Marruecos hemos tenido recientemente una guerra, la de Ifni; casi una guerra, la del Sáhara; y un conato, el conflicto de Perejil. En el plano puramente diplomático las relaciones han estado marcadas por la reivindicación de Ceuta y Melilla, el futuro del Sáhara, la inmigración ilegal, el tráfico de estupefacientes, el control del islamismo y proyectos empresariales expuestos a la arbitrariedad e inseguridad jurídica. Ha habido momentos mejores y peores y no siempre la mejoría en un capítulo implicaba que los restantes evolucionaran en el mismo sentido. Son relaciones complejas marcadas por dos circunstancias. La diferencia de renta entre ambos lados de la frontera es la más alta del mundo o, acaso, una de las más altas. La monarquía alauita a menudo considera oportuno utilizar la baza nacionalista para cohesionar en su beneficio a la sociedad marroquí y nadie mejor que España para cumplir el papel de víctima propiciatoria.

Este conjunto de problemas debe tratar de canalizarse por vía diplomática, generando confianza y asentando la idea de que los intereses son complementarios. Una vía que no debe olvidar que la debilidad despierta las peores pasiones y que Marruecos ha demostrado en más de una ocasión que sabe cómo tratar a España en beneficio propio.

Marruecos vive un momento delicado, tanto como el resto de los países que conforman el área MENA, acrónimo en inglés de Oriente Medio y Norte de África. El islamismo está en alza aprovechando el fracaso, mayor o menor según estados, del nacionalismo como vía de desarrollo económico y social. El Rey se ha visto obligado a reformar la Constitución y a permitir la llegada de los islamistas al Gobierno. El pulso no ha hecho más que empezar y aunque el margen de maniobra del monarca es grande los retos políticos que tiene ante sí no son menores. Necesita del apoyo de Francia y España, como punta de lanza de la Unión Europea, y de Estados Unidos para garantizar la seguridad del país y para animar la llegada de inversores que faciliten el tan necesario crecimiento económico.

La sociedad marroquí está viviendo un interesante cambio, que se hace más evidente en el plano generacional. Tanto desde el Marruecos más abierto a los procesos de modernización como desde el que añora un pasado que nunca existió, la corrupción del sistema político resulta crecientemente intolerable. Una corrupción que frena el crecimiento económico y disuade a potenciales inversores. La Corona es la llave del cambio, pero también la principal responsable de la corrupción y de la patrimonialización del poder político y económico.

España busca negocio para sus empresas pero más aún anhela estabilidad en Marruecos y complicidad con sus elites. No podemos permitirnos la crisis de la monarquía alauita, ni mucho menos un Líbano en nuestras fronteras. Tenemos intereses comunes y sobre ellos debemos levantar una relación sólida y estable. Bien está por todo ello el viaje de don Juan Carlos al frente de una delegación tan numerosa como relevante, de la que sobran un conjunto de exministros cuya función no debería ser la de paseantes en cortes. Ni Su Majestad ha estado fino ni el presidente pronto para rectificar un exceso impropio de un país europeo.

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