Sin embargo, que no se me alegren demasiado los miembros de la progresía patria, porque el aviso también va por ellos. La lista de artistas, periodistas y políticos izquierdistas que viajan a Cuba para dar rienda suelta a sus vicios más inconfesables a cambio de cacarear las consignas del régimen es casi interminable. Son los plurales carniceros de la información y la cultura, dispuestos también en este siglo a llevarse un buen bocado regalando su alma al diablo; esos cuya dignidad se mide por el metraje de alguna película de porno casero. No serán ellos quienes sufran la homofobia y la represión del régimen, ilustrada de forma maravillosa por las viñetas del artista Fonseca.
Entre los rumores más divertidos que me contaron en Cuba está el de la presunta visita de José Luis Rodríguez Zapatero a Varadero en 2002. Descartada la versión lúbrica del viaje, sólo nos queda pensar que el entonces líder de la oposición se dedicara a preparar "el proceso" con ETA, o a buscarle un buen spot submarino a Sonsoles. Con amigos así, ZP no necesita enemigos.
Mientras tanto, un servidor seguirá viajando por los arenosos territorios de la Alianza de Civilizaciones y contando lo que vea pese a quien pese, incluidos los tontocentristas de la revista gay Odisea, que hace unos números afirmaban: "Algo cambia en Cuba". Lo que está cambiando, y echando el cierre, en la Isla es la paciencia del pueblo con los gilís españoles que confunden la fotogenia de Mariela Castro con la libertad.
Y hablando de equivocaciones, qué me dicen de la de los asesores de Jorge Javier Vázquez, a los que últimamente parece haberles dado por aplicar a la estrella ingentes cantidades de carmín color rosa chicle. La idea del pintalabios masculino fue una broma de los guionistas de la serie norteamericana Friends. Sin embargo, alguna mariprogre ignorante del método English on the Road que Fede y Paloma anuncian cada mañana antes de las local news se creyó que la cosa iba en serio, y ahí tenemos a J. J. luciendo más rouge que la muñeca Barbie y con unas entradas más profundas que la fosa de las Marianas.
Alguien debería decirle a ese chico que la ordinariez no se cura con cosmética, sino con cultura. Más le valdría pasarse por el centro de medicina estética de mis amigas Esther Querub y Esther Benarroch (Manuel de Falla 6, Madrid): por un módico precio te aplican mesoterapia sin aguja, te depilan y hasta te propinan un masaje oriental que ni la novia de Sánchez Dragó. Vamos, que, puesto en sus manos, al simpático presentador no le reconocería ni la madre que lo parió. Y luego dirán que soy malo…
Pero para bondades, las de Bruce Willis en el número de junio de Vanity Fair. Eso es una calva y un pelo en pecho como Dios manda, y no lo de Mari Sabadell. Entre críticas a los actores politizados y varias demandas al partido del presidente Bush (¿no decía que a nadie le importaba un rábano lo que un actor pudiera decir?), Willis, quien se define como un Small Government Conservative, lo que aquí llamaríamos un liberal-conservador, revela cómo fue contratado para la serie televisiva Luz de Luna como compañero de la insufrible Cybill Sheperd (¿alguien sabe qué fue de ella?). Fue más o menos así:
Me presenté varias veces al casting, pero siempre me rechazaban. Hasta que un día una de las productoras dijo: "No sé lo que opinaréis vosotros, pero a mí me parece que este tío tiene un polvazo".
El protagonista de la saga Die Hard (La jungla), cuya última y más espectacular entrega se estrenó ayer en España, rehúsa proporcionar el nombre de la susodicha, y menos aún si se sintió compelido a agradecer el comentario que salvó su vida. Sea como fuere, cientos de mujeres y algunas decenas de hombres le estaremos agradecidos eternamente. Long live to Bruce! Long live to the GOP! ¡Viva La Pepa!
Volviendo al asunto cubano, les dejo con otra anécdota del que hasta la fecha ha sido mi viaje más surrealista; lo realicé acompañado del simpar Antonio José Chinchetru, cuya paciencia para con las mil y una margoladas que protagonicé durante nuestro periplo caribeño merece el mayor de los elogios. Estábamos admirando el yate Granma, aquel navío a bordo del cual Fidel y los suyos llegaron a Cuba para montar la revolución, cuando, a nuestro lado, oímos a un niño preguntar a su padre: "Papá, ¿eso es como las lanchas ligeras que la gente usa para huir de aquí?".
Como dijo alguien –¿tal vez yo mismo?–, el mejor humor es el que oculta una lágrima. Lo peor es que en este caso la cosa no tiene ni pizca de gracia.
Pero, como dice Cristina López Schlichting, de quien se dice ha aprovechado el verano para quitarse unos cuantos kilos sin perder ni un centímetro de ese canalillo que ni Liz Taylor en sus mejores tiempos, hay "dos formas de situarse ante el cosmos: como víctimas o como protagonistas". Easier said than done –qué fácil decirlo y qué difícil hacerlo–, sobre todo desde aquí, donde todos tenemos el estómago lleno. Ya se sabe que el hambre nunca fue buena compañera de la filosofía. Sin embargo, algún día también los cubanos podrán permitirse el lujo de la Metafísica; y que mis ojos –y los suyos, queridos lectores– lo vean. Amén.
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