Pocos expertos estarían dispuestos a no comprar estos argumentos. Pero he aquí que en los últimos meses el debate ha venido a salpimentarse con la aportación provocadora, hereje y seguro que recolectora de todo tipo de odios de Axel Kleidon, investigador del Instituto Max Planck de Bioquímica de Jena (Alemania). La revista New Scientist acaba de dar voz a las teorías de este Pepito Grillo, que básicamente se resumen en una idea:
Es un error pensar que el viento y las olas del mar son energías renovables. Al contrario: se gastan, y su uso intensivo puede tener efectos tan devastadores sobre el planeta como el peor de los cambios climáticos.
En palabras sencillas, Kelidon cree que existe una cantidad limitada de recursos energéticos procedentes del viento y del mar. La tentativa del ser humano de extraer energía mediante aerogeneradores o, más a largo plazo, turbinas mareomotrices afectará al equilibrio natural de ambos medios.
En algún momento, el aumento de las plantas generadoras de energía eólica podría provocar distorsiones en el patrón de los vientos, cambios en el régimen de precipitaciones y modificaciones en estructuras atmosféricas que conducirían, incluso, a una variación en la cantidad de energía recibida por radiación del Sol.
¿Nos lo creemos? Según New Scientist,
sus argumentos descansan en las leyes de la termodinámica, que apuntan a la posibilidad de que sólo podamos explotar industrialmente una fracción pequeña de la energía que nos llega desde el Sol.
Porque no debemos olvidar que buena parte de la energía que mueve los molinos de viento es, en realidad, solar. Cuando la radiación del astro rey impacta en la atmósfera, parte de ella calienta el gas y el agua de la superficie, genera corrientes e intercambios térmicos, favorece la evaporación o el movimiento de las masas de aire...; regula, en suma, el clima terrestre mediante el trasiego del viento y del líquido elemento.
En términos muy básicos, el modelo de energía de la Tierra funciona de este modo. La radiación solar transmite ingentes cantidades de energía a la atmósfera. Pero una parte muy importante de esa energía no puede ser aprovechada: se disipa en forma de calor. La porción utilizable de esa energía es muy pequeña. Y es ésa precisamente la que podemos convertir en electricidad, calor o alimento a través de procesos como la fotosíntesis de las plantas, la quema de combustibles fósiles o el aprovechamiento de los rayos de sol –en células fotovoltaicas–, los vientos –con aerogeneradores– o las olas –con generadores de energía mareomotriz.
Kleidon informa de que actualmente los seres humanos extraemos energía del planeta a razón de unos 47 teravatios. De ellos, cerca de 17 se obtienen mediante la quema de combustibles fósiles. Si tratamos de sustituir los combustibles fósiles por fuentes renovables, será necesario construir suficientes instalaciones solares, eólicas y demás como para generar tal cantidad de energía.
¿Está el planeta preparado para ello? Kleidon cree que no. "La extracción a gran escala de energía del aire tendrá inevitablemente un impacto grave sobre la atmósfera".
¿Y a qué impacto se refiere? El bioquímico teme importantes cambios en las precipitaciones, turbulencias atmosféricas y distorsiones en el impacto de radiación solar. "La magnitud de estos cambios podría equipararse al efecto que tendría sobre el clima doblar las emisiones de CO2 ".
Por supuesto, el trabajo de Kleidon no es más que una propuesta que debe superar ahora el duro escrutinio de sus compañeros científicos. Y más le vale atarse los machos, porque, como cabía esperar, al haber metido el dedo en el ojo de la intocable industria de las renovables, ya han empezado a caer sobre él las más feroces críticas.
Es cierto que en su favor han declarado algunos científicos expertos en clima de, entre otras, las universidades de Exeter y Reading. Es cierto que la propia revista New Scientist (nada sospechosa de pertenecer a lobby energético alguno) advierte: "Si no se piensa en estos términos, podemos estar cometiendo un error a la hora de valorar la capacidad humana de extraer energía". Pero también es cierto que no han faltado las matizaciones al modo en el que Keidon ha tomado sus datos.
Básicamente, buena parte de las críticas que le llegan se centran en que, si bien la base teórica general de sus planteamientos es correcta, el acopio de evidencia estadística que aporta es bastante perezoso.
Su trabajo ha servido, al menos, para levantar alguna ampolla. Y, sobre todo, para clamar, en medio de la comunidad científica, que el dogma de las energías renovables también es discutible. ¿Le dejarán seguir diciéndolo?