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PANORÁMICAS

Woody Allen pone precio al alma

Uno de los más famosos personajes de Woody Allen es Zelig, un tipo que se transforma camaleónicamente en cualquier otro con el que se encuentre, ya sea negro, judío ortodoxo, cristiano católico o nazi. Zelig sufre una espantosa falta de personalidad y un miedo congénito a no ser aceptado. Allen ha cruzado el Charco y se ha convertido de la noche a la mañana en un cineasta europeo, en primer lugar británico –con su trilogía Match Point, Scoop y ahora El sueño de Casandra– y próximamente español, con la ya rodada Vicky Cristina Barcelona.

Uno de los más famosos personajes de Woody Allen es Zelig, un tipo que se transforma camaleónicamente en cualquier otro con el que se encuentre, ya sea negro, judío ortodoxo, cristiano católico o nazi. Zelig sufre una espantosa falta de personalidad y un miedo congénito a no ser aceptado. Allen ha cruzado el Charco y se ha convertido de la noche a la mañana en un cineasta europeo, en primer lugar británico –con su trilogía Match Point, Scoop y ahora El sueño de Casandra– y próximamente español, con la ya rodada Vicky Cristina Barcelona.
Pero, al contrario que a Zelig, a Woody Allen le sobra personalidad para adaptarse al entorno como una esponja e integrar en su manera de ver el mundo la idiosincrasia, el paisaje urbano, el clima moral, en definitiva, la fisionomía europea, por el momento londinense, en un relato moral de crímenes en el que se reconoce la mirada british de Graham Greene, G. K. Chesterton, E. M. Forster o Agatha Christie. Y de Alfred Hitchcock. Por ejemplo, de Forster toma la ironía, a la vez que la admiración, para describir a una clase aristocrática narcisista, envarada e inmoral en pleno proceso de mestizaje con una ascendente, ambiciosa, vulgar y moralista clase media; de Greene, su universo de irresolubles conflictos morales católicos, en los que el peso de la culpa arrastra a los sufridos moralistas por el abismo de la redención a través de la destrucción; de Hitchcock, su habilidad para plantear elegantes soluciones visuales a profundas pasiones sostenidas en una intriga imbatible.
 
La película comienza con dos hermanos –Ewan McGregor y Colin Farrell nunca han estado más certeros que en esta interpretación de unos mediocres a su pesar– locos de contento ante la perspectiva de comprar un barquito de vela, al que llamarán El Sueño de Casandra, el mismo nombre que tenía el galgo al que apostó el hermano ludópata. El otro hermano sufre otra adicción aún peor en el largo plazo: la pasión por el arribismo.
 
La ludopatía y el arribismo les llevarán a solicitar la ayuda monetaria del tío en América (Tom Wilkinsom, magistral), que les dará el dinero a cambio de su alma. En una secuencia de antología, bajo la lluvia, con la cámara rodeando la escena como una tela de araña, el tío de América les propone el pacto diabólico (también bajo la lluvia se pactó otra alianza mortal, en Match Point). La destrucción del orden moral del mundo llevará a un enfrentamiento trágico, porque se convertirá en irresoluble y porque supondrá el enfrentamiento entre dos hermanos que son más que hermanos: amigos. Un final cortado a navaja, un plano aparentemente inocente del barco de vela testigo de los momentos más felices y los más amargos, rematará una brutal historia de ambiciones frustradas por el destino y salpicada de humor negro.
 
Casandra era una troyana con el don de la profecía y la maldición de que nadie creyese en ella. Pero no debe interpretarse "el sueño de Casandra" como la esperanza de que finalmente sus profecías fuesen creídas, sino más bien la confianza en que el destino no esté escrito, no sea inmutable, y podamos realizar nuestra vida según nuestra voluntad.
 
El sueño de Casandra es una comedia con espíritu trágico –Allen ha confesado al periódico francés Le Figaro: "Mon premier amour, c'est la tragédie"–, un drama moral en el que las relaciones familiares y afectivas son analizadas morosa pero no amorosamente. No permite Allen que nos identifiquemos fácilmente con los protagonistas, no halaga nuestro sentido de la empatía. No son ni demasiado buenos ni demasiado malos, con lo que rompe las estrategias hollywoodienses al uso de héroes perdedores o villanos admirables. A través de una escritura para enmarcar, el guión, uno de los más sólidos y complejos que ha escrito, crea un universo en el que el sinsentido de la existencia se da de tortas con la aspiración humana a una trascendencia moral.
 
Por otra parte, hacía mucho tiempo que no veía una evolución de un personaje como el que interpreta McGregor, un buen tipo poco a poco devorado por la atracción del mal que representa su tío. En contraste con la hitchcockiana La sombra de una duda, en la que Teresa Wright conseguía resistir al influjo maligno de su tío, interpretado por Joseph Cotten, en esta ocasión la tentación consigue ser demasiado poderosa para unos tipos en el fondo débiles. Con la diferencia de que uno aceptará cínicamente las treinta monedas, mientras que al otro le quemarán las manos.
 
Esta cinta rezuma desolación, patetismo, ironía, pero todo ello envuelto en un halo de belleza europea: los descapotables Jaguar, las calles mojadas, los edificios de Norman Foster, el Támesis, las mujeres fatales... Paradójicamente, tienen que venir Allen y Cronenberg allende los mares para enseñarnos a mostrar cinematográficamente Europa.
 
La mayor parte de la crítica española la ha despachado con displicencia: Oti Rodríguez-Marchante (ABC): "Está tan claro que le sobra a la filmografía de Woody Allen como una melena afro a Yul Brynner… A Woody Allen, parece que le hubiera hecho otro esta película"; Carlos Boyero (El Mundo): "Es una película que se ve con desgana y de la que cuesta recordar algo a los veinte minutos de haber finalizado. El gran problema es que la ha dirigido Woody Allen. Y eso te provoca incomprensión, estupor y pena"; Enric González (El País): "Digamos que El sueño de Casandra, la última película de Woody Allen, es una obra muy menor. Pequeña. Diminuta… parece el trabajo de un simple imitador de Woody Allen". El problema mayor para estos ilustres críticos es que "no parece una película de Woody Allen", que no responde a las expectativas que genera el director neoyorquino.
 
La maldición de Casandra afecta a Allen de una manera peculiar: hace películas estupendas que nadie es incapaz de apreciar. No hay problema. Vayan a ver El sueño de Casandra como si, en lugar del yanqui judío Woody Allen, su autor hubiese sido un tal Stewart Königsberg, inglés chestertoniano. No andarán muy desencaminados.
 
 
EL SUEÑO DE CASANDRA (EEUU y Gran Bretaña). Director y guionista: Woody Allen. Intérpretes: Colin Farrell, Ewan McGregor, Tom Wilkinson, Sally Hawkins, Mark Umbers, Andrew Howard, Hayley Atwell, Tamzin Outhwaite. Música: Philip Glass. Fotografía: Vilmos Zsigmond. Calificación: Formidable (9/10).
 
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