Partiendo del principio de que lo que se dirime este domingo no es la capacidad del PP para gobernar un país que se acerca peligrosamente a la ruina sin retorno, el resultado servirá principalmente para comprobar hasta qué nivel ha llegado el hartazgo de los votantes hacia el PSOE de ZP.
Así pues, poco importa que un elector se identifique más con el programa de un partido minoritario sin aspiraciones de influir en la política nacional. Al final, la inmensa mayoría recurrirá al llamado voto útil, que es precisamente el más inútil de los votos y la negación de la democracia como vehículo de representación política. Y el voto útil el próximo domingo es el que sirve para echar de una puñetera vez a los socialistas, no por discrepancias ideológicas sino por mera supervivencia.
Si, por poner un ejemplo conocido, UPyD recibiera los votos de todas las personas que se identifican con su programa electoral, con seguridad obtendría una notable representación en el congreso de los diputados y se convertiría en una fuerza política decisiva. No será así porque, en primer lugar, nadie salvo yo lee los programas electorales de los partidos políticos en liza. Si a esa circunstancia le sumamos el factor del voto útil, que incita al votante medio a entregar su confianza a formaciones políticas con garantías de gobernar, es evidente que un partido minoritario, por buenas que sean sus ideas, lo va a tener siempre difícil para obtener la representación que legítimamente le correspondería si el sufragio universal funcionara como dicen los manuales de la democracia.
Los votantes que sinceramente creen que los idearios del PP y del PSOE son respectivamente los mejores para gobernar nuestro país son siempre los mismos, elección tras elección. Es lo que se llama el suelo electoral de un partido. La clave que separa a la victoria de la derrota en unas elecciones, por tanto, no está en los electores conscientes del mensaje de sus partidos, sino en la masa informe de cabreados que lo mismo votan a uno que a otro, dependiendo de cómo perciban la situación del país en general y la suya propia en particular.
Este domingo las elecciones las ganará presumiblemente Rajoy; no por la confianza que haya despertado su programa en los votantes conscientes de su responsabilidad democrática, sino por el desastre provocado por ZP en todos los órdenes, especialmente en esta segunda legislatura, en que ha encadenado catástrofes una tras otra sin solución de continuidad.
Nuestra democracia es bastante inmadura, y la mayor parte de la masa electoral, perfectamente analfabeta en términos políticos. El domingo entregarán las llaves del poder a Rajoy, pero ni siquiera el desempeño brillante de su gobierno en esta nueva etapa garantiza al PP que en la próxima cita electoral vaya a mantener la bolsa de votos que consiga.
El PSOE, presumiblemente también, se va a pegar la madre de todos los batacazos que en la historia democrática de la Humanidad han sido, pero eso tampoco le impedirá recuperarse y volver de nuevo al gobierno, a poco que las circunstancias económicas se estabilicen y el votante medio, consumidor asiduo de telebasura, se deje influir por sentimentalismos primarios a cuenta de cualquier cuestión polémica, terreno en el que los socialistas se manejan con brillantez, entre otras cosas porque tienen muchos menos escrúpulos que sus rivales políticos.
Si gana, Rajoy estará cuatro años en La Moncloa; si arrasa, serán dos las legislaturas populares. A partir de ese momento, y dado que el PP prefiere no transformar las ideas de la sociedad sino camuflarse con las de su rival, todo será un albur. Con que dentro de ocho años no tengamos otro once eme podrá darse por satisfecho. En todo caso, mucha suerte, señor presidente.