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COMER BIEN

Vinos con historia

Para un buen aficionado al vino, las catas que llamamos "históricas" son una maravillosa oportunidad de disfrutar de esos viejos amigos que duermen en los botelleros de las bodegas y una ocasión estupenda para revisar conceptos y establecer comparaciones.

Para un buen aficionado al vino, las catas que llamamos "históricas" son una maravillosa oportunidad de disfrutar de esos viejos amigos que duermen en los botelleros de las bodegas y una ocasión estupenda para revisar conceptos y establecer comparaciones.
Es evidente que en los últimos años los vinos han cambiado. Hablando de tintos, hoy se llevan los vinos de capa más cerrada, es decir, de un rojo más oscuro que el clásico rojo rubí de los 80; vinos con más grado alcohólico, de un 14,5 frente al 12,5 tradicional; vinos en los que la fruta se impone a la madera, a diferencia de lo que sucedía hace veinte años.

Hace unos días hubo ocasión de comparar, reflexionar y, por supuesto, disfrutar de lo lindo en una cata vertical de un vino de los que se consideran de referencia, el Viña Ardanza. Nueve añadas, entre ellas todas las calificadas de excelentes desde los 80: 82, 94, 95, 2001 y 2004. Los vinos del siglo XX respondían todos ellos a la imagen que todos tenemos de esta etiqueta: vinos de una elegancia extrema, con presencia notoria de la madera –roble americano– y buen equilibrio.

Son unos vinos de corte clásico, hechos para disfrutar de ellos. Conviene tener en cuenta que hay mucha gente que prefiere esos vinos, especialmente si se trata de riojas; la verdad es que hay público para todo, o para casi todo, y no es bueno atender sólo a una tendencia, por mucho que la pongan de moda los gurús del tema. De hecho, un mercado tan característico como el de los Estados Unidos está demandando cada vez más esas viejas añadas riojanas, esos vinos clásicos.

En cuanto a los vinos del XXI, la bodega ha introducido algunos cambios, que afectan incluso a la etiqueta. Menos madera, sí, pero en gran parte se mantiene el carácter que ha distinguido siempre a esta etiqueta.

En la cata –más bien degustación– pudimos reproducir la polémica suscitada en su día cuando se otorgó a la cosecha del 82 la calificación de excelente. Era la primera desde el mítico 64. Y ya entonces fuimos muchos los que pensamos que era mejor la del 81, calificada de muy buena. Bien, pues veintitantos años después seguimos pensando lo mismo. No es que la del 82 no sea buena; es, sencillamente, que la del 81 la superó en su día y, a mi juicio, la sigue superando ahora, lo mismo que la del 85, que ésa sí que fue infravalorada en su día, al no obtener más que la nota de buena. Casi un cuarto de siglo después, el 85 estaba espléndido.

Naturalmente, esos vinos están lejos de los parámetros que hoy se estiman como deseables. No sabría qué decir. La verdad es que no son muchas las ocasiones que hay de reencontrarse con estos vinos que ya tienen sus años; la mayoría de los restaurantes se limitan a ofrecen en sus cartas de vinos la última añada de cada etiqueta, lo que sinceramente creo es un error que sólo podría tener justificación en el terreno económico, nunca en el enológico. Mientras la bodega sirva viejas añadas, sería magnífico dar a quien lo pida la ocasión de disfrutar de los viejos vinos.

Otra cosa es que las añadas se agoten, o que los precios de esas botellas se pongan por las nubes; pero, de todas maneras, siempre habrá quien los pague. Ciertamente, es un privilegio acceder a vinos de añadas tan ilustres, privilegio que uno agradece en lo que vale. Porque haríamos muy mal en pensar que lo único que vale es lo último, lo nuevo; las cosas, y entre ellas el vino, claro, no valen más o menos por ser nuevas, ni por ser viejas, sino por ser buenas. Y es mucho el buen vino que, en el silencio de los botelleros, va haciéndose mayor y guardando dentro muchas historias que está deseando contar a quien sepa escucharlas.

Y somos muchos quienes estamos deseando oírlas. Que un buen vino es, o debe ser, un buen conversador, un contador de historias, alguien dialogante. Lamentablemente, parece que hoy se llevan más los vinos que no tienen apenas nada que contar; pero ya es sabido que esto de los gustos y las modas ha sido, es y será siempre cuestión de ciclos, así que no hay que perder la esperanza de que las aguas –y los vinos– vuelvan a su cauce. Que, insistimos, hay sitio para todos.


© EFE
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