Seguramente, la película suscitará división de opiniones en la crítica cinematográfica. Es una cosa normal. Como comprenderán, en esta columna no nos ocupamos de ese tipo de crítica, sino de gastronomía y vinos. Y ahí sí que hay tema, y a favor. Porque queda claro una vez más que, a diferencia de lo que ocurre sistemáticamente con el cine español, a Hollywood le gusta el vino. Incluido el vino español, como es natural.
En Vicky Cristina Barcelona otra cosa no habrá, pero vino lo hay en abundancia; es casi el hilo conductor de la trama, los protagonistas se pasan bastante tiempo con las copas en la mano. Eso, en el cine español, es algo rarísimo, porque el cine español ignora casi por sistema al vino, o, al menos, no le da el tratamiento que le da el cine estadounidense o, incluso, el inglés, para los que el vino tiene hasta glamour.
Bien, el hecho es que Allen sí ha utilizado el vino en una película ambientada en España. Y es curioso cómo ha elegido los vinos de su película, vinos que, como es costumbre, no se nombran en los diálogos, no hay una toma directa de la etiqueta... Eso entra en otro mundo, en el de las publicidades y los patrocinios. Pero siempre se acaba sabiendo de qué vinos hablamos.
Y éstos tienen un denominador común: son vinos creados o tocados por Álvaro Palacios. Todos los aficionados al vino saben de quién hablamos, una persona de familia siempre dedicada al vino que decidió buscar horizontes distintos a los de la Rioja familiar y ha elaborado vinos que hoy están, si no en las bodegas, sí en las listas de apetencias de los mejores aficionados.
Pero es que esos vinos, además, tienen otro punto en común: son, de alguna manera, recuperaciones. Me explico. En la película se bebe blanco, y es un rioja; tintos, y son bierzos y priorats. El blanco –Placet– es un vino elaborado con la variedad blanca tradicional en la Rioja, la viura. Es un blanco muy apreciable... y significativo. Verán, hace unos cuantos lustros los riojas mandaban también en blancos, cuando la verdad es que los blancos pintaban bastante poco en España. Pero lo poco que pintaban era con pinceles riojanos: la gente bebía Monopole o el dulce Diamante. Se empezaba a hablar de algunos blancos catalanes... pero estaban muy lejos los blancos que hoy dominan el cotarro: Rías Baixas, Rueda, Valdeorras...
El auge de esos vinos, y la inacción inercial riojana, hizo que los blancos de la Rioja perdieran posiciones y prestigio; y es sólo desde hace muy poco tiempo cuando esos vinos parecen recuperar calidad, paso imprescindible para volver a ganar prestigio. Allen supo elegir uno de los que van por ese camino.
Tintos del Bierzo y el Priorat... Zonas vinícolas con mucha historia, sí, pero que hace unos años tenían un presente lánguido, pese a la potencialidad de sus uvas más características, unas uvas a las que ha sido Álvaro –y sus sobrinos– quien ha sabido darles el tratamiento que estaban esperando para revelar los grandes vinos que llevan dentro. Es el caso de la histórica, pero entristecida, mencía berciana, con la que hoy la familia elabora maravillas como La Faraona, pero también vinos muy asequibles y de gran calidad, como el Pétalos del Bierzo.
Tres cuartos de lo mismo, pero es más, lo hecho en el Priorat. Otra zona con historia brillante... pero que miraba más al pasado que al futuro. Sus variedades clásicas, la garnacha y la cariñena, eran más bien usadas para aportar color y grado a vinos hechos con uvas menos potentes. Pero Álvaro Palacios decidió hacer historia... y la hizo. Allen no es tonto ni para beber vino, así que, entre otros muy considerables –Clos Dofí, Les Terrasses–, eligió la máxima expresión de estos vinos: L'Ermita, una joya elaborada con garnacha del país y cabernet sauvignon, un vino, por decirlo en una sola palabra, sensacional.
En Vicky Cristina Barcelona otra cosa no habrá, pero vino lo hay en abundancia; es casi el hilo conductor de la trama, los protagonistas se pasan bastante tiempo con las copas en la mano. Eso, en el cine español, es algo rarísimo, porque el cine español ignora casi por sistema al vino, o, al menos, no le da el tratamiento que le da el cine estadounidense o, incluso, el inglés, para los que el vino tiene hasta glamour.
Bien, el hecho es que Allen sí ha utilizado el vino en una película ambientada en España. Y es curioso cómo ha elegido los vinos de su película, vinos que, como es costumbre, no se nombran en los diálogos, no hay una toma directa de la etiqueta... Eso entra en otro mundo, en el de las publicidades y los patrocinios. Pero siempre se acaba sabiendo de qué vinos hablamos.
Y éstos tienen un denominador común: son vinos creados o tocados por Álvaro Palacios. Todos los aficionados al vino saben de quién hablamos, una persona de familia siempre dedicada al vino que decidió buscar horizontes distintos a los de la Rioja familiar y ha elaborado vinos que hoy están, si no en las bodegas, sí en las listas de apetencias de los mejores aficionados.
Pero es que esos vinos, además, tienen otro punto en común: son, de alguna manera, recuperaciones. Me explico. En la película se bebe blanco, y es un rioja; tintos, y son bierzos y priorats. El blanco –Placet– es un vino elaborado con la variedad blanca tradicional en la Rioja, la viura. Es un blanco muy apreciable... y significativo. Verán, hace unos cuantos lustros los riojas mandaban también en blancos, cuando la verdad es que los blancos pintaban bastante poco en España. Pero lo poco que pintaban era con pinceles riojanos: la gente bebía Monopole o el dulce Diamante. Se empezaba a hablar de algunos blancos catalanes... pero estaban muy lejos los blancos que hoy dominan el cotarro: Rías Baixas, Rueda, Valdeorras...
El auge de esos vinos, y la inacción inercial riojana, hizo que los blancos de la Rioja perdieran posiciones y prestigio; y es sólo desde hace muy poco tiempo cuando esos vinos parecen recuperar calidad, paso imprescindible para volver a ganar prestigio. Allen supo elegir uno de los que van por ese camino.
Tintos del Bierzo y el Priorat... Zonas vinícolas con mucha historia, sí, pero que hace unos años tenían un presente lánguido, pese a la potencialidad de sus uvas más características, unas uvas a las que ha sido Álvaro –y sus sobrinos– quien ha sabido darles el tratamiento que estaban esperando para revelar los grandes vinos que llevan dentro. Es el caso de la histórica, pero entristecida, mencía berciana, con la que hoy la familia elabora maravillas como La Faraona, pero también vinos muy asequibles y de gran calidad, como el Pétalos del Bierzo.
Tres cuartos de lo mismo, pero es más, lo hecho en el Priorat. Otra zona con historia brillante... pero que miraba más al pasado que al futuro. Sus variedades clásicas, la garnacha y la cariñena, eran más bien usadas para aportar color y grado a vinos hechos con uvas menos potentes. Pero Álvaro Palacios decidió hacer historia... y la hizo. Allen no es tonto ni para beber vino, así que, entre otros muy considerables –Clos Dofí, Les Terrasses–, eligió la máxima expresión de estos vinos: L'Ermita, una joya elaborada con garnacha del país y cabernet sauvignon, un vino, por decirlo en una sola palabra, sensacional.
Vinos bien elegidos, como ven, y que se salen de lo trillado... sin que haya que entender que lo trillado, que serían los blancos antes citados o los tintos riojanos o ribereños, sea ninguna tontería, todo lo contrario. Pero me alegra que Hollywood descubra el Bierzo y el Priorat. La pena es que los espectadores de Vicky Cristina Barcelona no lo sepan sólo con ver la película y haya que contárselo aparte. Pero todo esto son buenas noticias para el vino español, y no sólo, aunque también, para una gran familia del vino.
© EFE