Fredricksen es un pequeño que admira a los aventureros, sobre todo al gran Muntz, que con su dirigible ha encontrado el esqueleto de un ave desconocida. Pero, para escándalo del mundo e incredulidad de Fredricksen, Muntz es acusado de estafa, de haber dado gato por liebre con el animalejo en cuestión. Entonces, jura que volverá al lugar desconocido donde lo encontró y volverá con un ejemplar... vivo.
Nunca más se volverá a saber de él...
Por lo que hace al pequeño Fredricksen, encontrará su alma gemela, su amor platónico, su compañera de por vida en la optimista y jovial Ellie, con la que comparte un bello sueño, sobre el que le hace una promesa inmortal: viajarán algún día a las Cataratas del Paraíso, un lugar "perdido en el tiempo".
Del mismo modo que Orson Welles relató en Ciudadano Kane la degeneración de un matrimonio en un encadenado de secuencias de tres minutos que mostraba, a través de las diversas formas de desayunar, cómo se pasa del amor a la indiferencia y de ahí al desprecio, en Up tardan tres minutos en relatarnos una trivial y sublime historia de amor entre Fredricksen y Ellie... hasta que la muerte de ella los separa.
Pero eso no pondrá fin a la historia de amor: quedará la promesa inmortal de alcanzar el paraíso...
Fredricksen con el paso del tiempo se ha convertido en un carroza cascarrabias que guarda el recuerdo de su señora como la reliquia más valiosa. Hay una secuencia de El último hurra, de John Ford, en la que Spencer Tracy habla al retrato de su mujer muerta. Pues bien, Tracy parece haber sido el modelo para dibujar al señor Fredricksen. Y es que en Pixar no dudan en inspirarse en el cine clásico, desde Chaplin –homenajeado en Wall E– hasta los Ford o Welles, pasando por el Frank Capra de Horizontes perdidos.
Hay casas que en su misma estructura llevan impresas el mal: la mansión de Usher o La morada del miedo, por ejempo. Sin embargo, hay otras que desprenden aroma a tarta de cereza y a home, sweet home. Por ejemplo, la de Fredricksen y Ellie, de madera, diversos colores, con tejados puntiagudos y amplias ventanas. Cuando el crecimiento urbano de la ciudad amenaza llevársela por delante para dejar paso a torres de ladrillos, el ya anciano Fredricksen echa mano de su profesión –tiene un negocio de globos para niños rellenos de helio– y la fija con miles de globos en el aire.
Del mismo modo que no hay Don Quijote sin Dulcinea, tampoco podia faltar aquí un Sancho Panza. En esta ocasión se llama Russell, un niño regordete perteneciente a una organización de exploradores que busca su reconocimiento ayudando a los demás como el ángel de ¡Qué bello es vivir! se curraba sus alas.
Decía con desarmante ingenuidad el último Premio Nacional de Poesía, Eduardo García, que "la renuncia a la utopía ha sido el más grave error de la política". No creo que estén muy de acuerdo con él los millones de muertos que las celebérrimas utopías han generado en los últimos doscientos años. Y es que, reconoce nuestro particular Sancho Panza de los Boy Scouts, "la naturaleza no es como me contaron... es salvaje". Empezando por la naturaleza humana. Muntz, que era un grandioso explorador para el pequeño Fredricksen, se revela finalmente como una suerte de coronel Kurtz enfrentado al corazón de las tinieblas: cegado por su propia soberbia, se cree el rey del país más allá del bien y del mal. El símbolo de la perfidia será la caza de un animal extraordinario que adora el chocolate, y que será visto como un fin en sí mismo por el viejo y el niño, mientras que el adulto depredador lo contemplará únicamente como un medio para su codicia y vanagloria.
Up, de la que hay versión en dos dimensiones (la que yo he visto) y tridimensional, es una sabia combinación de cine clásico de aventuras y tecnología de animación contemporánea, de ritmo extraordinario e imaginería visual. Si el perfil de los protagonistas es perfecto, no lo es menos el de la jauría de perros parlantes que componen la guardia pretoriana de Muntz.
Película para todos los públicos, en su más noble acepción, la última entrega de Disney-Pixar es un argumento perfecto para quienes sostienen que todavía merece la pena ir al cine.
UP (EEUU, 90 minutos). Dirección: Pete Docter y Bob Peterson. Guión: Docter y Peterson. Fotografía: Patrick Lin. Música: Michael Giacchino. Calificación: Quijotesca (8/10).
Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.
Nunca más se volverá a saber de él...
Por lo que hace al pequeño Fredricksen, encontrará su alma gemela, su amor platónico, su compañera de por vida en la optimista y jovial Ellie, con la que comparte un bello sueño, sobre el que le hace una promesa inmortal: viajarán algún día a las Cataratas del Paraíso, un lugar "perdido en el tiempo".
Del mismo modo que Orson Welles relató en Ciudadano Kane la degeneración de un matrimonio en un encadenado de secuencias de tres minutos que mostraba, a través de las diversas formas de desayunar, cómo se pasa del amor a la indiferencia y de ahí al desprecio, en Up tardan tres minutos en relatarnos una trivial y sublime historia de amor entre Fredricksen y Ellie... hasta que la muerte de ella los separa.
Pero eso no pondrá fin a la historia de amor: quedará la promesa inmortal de alcanzar el paraíso...
Fredricksen con el paso del tiempo se ha convertido en un carroza cascarrabias que guarda el recuerdo de su señora como la reliquia más valiosa. Hay una secuencia de El último hurra, de John Ford, en la que Spencer Tracy habla al retrato de su mujer muerta. Pues bien, Tracy parece haber sido el modelo para dibujar al señor Fredricksen. Y es que en Pixar no dudan en inspirarse en el cine clásico, desde Chaplin –homenajeado en Wall E– hasta los Ford o Welles, pasando por el Frank Capra de Horizontes perdidos.
Hay casas que en su misma estructura llevan impresas el mal: la mansión de Usher o La morada del miedo, por ejempo. Sin embargo, hay otras que desprenden aroma a tarta de cereza y a home, sweet home. Por ejemplo, la de Fredricksen y Ellie, de madera, diversos colores, con tejados puntiagudos y amplias ventanas. Cuando el crecimiento urbano de la ciudad amenaza llevársela por delante para dejar paso a torres de ladrillos, el ya anciano Fredricksen echa mano de su profesión –tiene un negocio de globos para niños rellenos de helio– y la fija con miles de globos en el aire.
Del mismo modo que no hay Don Quijote sin Dulcinea, tampoco podia faltar aquí un Sancho Panza. En esta ocasión se llama Russell, un niño regordete perteneciente a una organización de exploradores que busca su reconocimiento ayudando a los demás como el ángel de ¡Qué bello es vivir! se curraba sus alas.
Decía con desarmante ingenuidad el último Premio Nacional de Poesía, Eduardo García, que "la renuncia a la utopía ha sido el más grave error de la política". No creo que estén muy de acuerdo con él los millones de muertos que las celebérrimas utopías han generado en los últimos doscientos años. Y es que, reconoce nuestro particular Sancho Panza de los Boy Scouts, "la naturaleza no es como me contaron... es salvaje". Empezando por la naturaleza humana. Muntz, que era un grandioso explorador para el pequeño Fredricksen, se revela finalmente como una suerte de coronel Kurtz enfrentado al corazón de las tinieblas: cegado por su propia soberbia, se cree el rey del país más allá del bien y del mal. El símbolo de la perfidia será la caza de un animal extraordinario que adora el chocolate, y que será visto como un fin en sí mismo por el viejo y el niño, mientras que el adulto depredador lo contemplará únicamente como un medio para su codicia y vanagloria.
Up, de la que hay versión en dos dimensiones (la que yo he visto) y tridimensional, es una sabia combinación de cine clásico de aventuras y tecnología de animación contemporánea, de ritmo extraordinario e imaginería visual. Si el perfil de los protagonistas es perfecto, no lo es menos el de la jauría de perros parlantes que componen la guardia pretoriana de Muntz.
Película para todos los públicos, en su más noble acepción, la última entrega de Disney-Pixar es un argumento perfecto para quienes sostienen que todavía merece la pena ir al cine.
UP (EEUU, 90 minutos). Dirección: Pete Docter y Bob Peterson. Guión: Docter y Peterson. Fotografía: Patrick Lin. Música: Michael Giacchino. Calificación: Quijotesca (8/10).
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