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PANORÁMICAS

United 93: terroristas frente a héroes

El 11 de septiembre de 2001 se cerró el paréntesis histórico que se abrió en 1989 con la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo. Hasta ese momento la tesis de Fukuyama acerca del triunfo globalizado del liberalismo político y económico tenía visos de ser cierta. Pero desde que se transmitió en directo la caída de las Torres Gemelas un fantasma recorrió el planeta: el choque de civilizaciones pronosticado por Huntington.

El 11 de septiembre de 2001 se cerró el paréntesis histórico que se abrió en 1989 con la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo. Hasta ese momento la tesis de Fukuyama acerca del triunfo globalizado del liberalismo político y económico tenía visos de ser cierta. Pero desde que se transmitió en directo la caída de las Torres Gemelas un fantasma recorrió el planeta: el choque de civilizaciones pronosticado por Huntington.
En lugar de la plaga de falsos documentales que, amparados por el contrato de realidad entre el realizador y el espectador, ofrecen mercancía adulterada, United 93 recrea un hecho real, el vuelo del único avión secuestrado el 11-S que no consiguieron estrellar contra el objetivo previsto, del que se conocen sólo algunos indicios: unas llamadas telefónicas realizadas desde el avión, algunas voces oídas por los controladores, determinados restos de las víctimas del atentado, los perfiles psicológicos de los terroristas y los pasajeros de aquel fatídico vuelo. La película de Greengrass es ficción, pero mantiene un soberbio cara a cara con los hechos, estando construida con los mimbres no sólo de lo verosímil, sino con la posibilidad de la refutación.
 
Escribió Jean Luc Godard que una de sus máximas cinematográficas como realizador consistía en confrontar ideas vagas con imágenes claras. Y a la tarea se ha puesto Greengrass, creando una obra directa, trepidante, compleja, emocionante y vigorosa. Una película que va al grano, sin circunloquios sociales, veleidades psicológicas o coartadas culturalistas.
 
En los claustrofóbicos escenarios del interior del avión, por un lado, y las diversas salas de control de los aeropuertos, la agencia de seguridad en el aire y el Ejército, y durante las angustiosas horas de aquel 11 de septiembre en las que varios aviones fueron secuestrados por terroristas islamistas con el objetivo de estrellarlos contra objetivos civiles, políticos y militares, Greengrass traza las diversas secuencias de la lógica de la acción colectiva en diferentes contextos. Si ante la ausencia de información, la multiplicidad de tomas de decisión y la rapidez de los acontecimientos, los principales responsables de tipo político y profesional permanecen poco menos que cruzados de brazos ante la tragedia, en el interior de uno de los aviones, el último en ser secuestrado, los pasajeros tienen los preciosos minutos y la información pertinente para comprender lo que está sucediendo.
 
El destino del avión, sin embargo, podría haber sido ser estrellado contra la Casa Blanca, si la acción colectiva no hubiera encontrado el catalizador oportuno en unos hombres dispuestos a morir peleando, considerando que es mucho mejor, y sustancialmente diferente, morir a perder la vida. O, dicho de otro modo, intentar una acción temeraria antes que quedarse pasivamente cruzados de brazos esperando que el islamista de turno decida cortarte el cuello.
 
En correspondencia con la disparidad de acciones, descoordinadas las de las autoridades políticas, profesionales y militares, coordinadas por razones de urgencia las de los pasajeros del avión secuestrado, la película se divide en dos partes. En la primera predominan las rutinarias acciones de los servicios de control de la aviación civil y militar, que a medida que se precipitan los acontecimientos se van convirtiendo en una cacofonía de voces banales puntuadas por medidas estériles. Por el contrario, dentro del avión que va a ser secuestrado se respira el típico ambiente de despegue, entre el nerviosismo contenido y la cortesía de rigor entre extraños. Sin ser conscientes los pasajeros que los que murmuran rezos se convertirán inmediatamente en sus matarifes y el avión, en un gigantesco matadero a la mayor gloria de Alá.
 
En la segunda parte de la película toma protagonismo la angustia que se adueña del avión cuando los terroristas se apoderan del mismo, cortando gargantas y amenazando con estallar una bomba (luego de ver esta película no creo que nadie tenga ganas de protestar por las medidas de seguridad que obligan a encender ordenadores o dejar el champú en la maleta). Lejos del sentimentalismo y el protagonismo robado por las estrellas hollywoodenses, cada uno de los miembros del reparto, desconocido en su mayoría, está ajustado en su papel, destacándose de este modo la labor coral, la importancia de la creación del cemento social entre las personas que permite que un conjunto de individuos termine convirtiéndose en un equipo, capaz de sobreponerse al miedo para atacar a los terroristas y llegar (casi) a dominarlos.
 
Con un estilo en apariencia desmañado, los continuos movimientos de cámara reproducen la fugacidad de las ojeadas que echamos continuamente a nuestro alrededor. Del mismo modo que el ojo humano siempre está en movimiento, yendo de acá para allá en el intento de captar al máximo el fluir de la realidad, así la cámara de Greengrass no descansa ni un instante, sin llegar a marear ni convertirse en un fatuo ejercicio de virtuosismo. El estilo de Greengrass es analítico: emplea los movimientos de cámara para ofrecernos en cada momento el matiz oportuno, ya sea el desquiciado del terrorista, el resignado de la víctima, el desesperado del héroe o el burocrático del oficial al mando.
 
Greengrass, como ya hizo en el guión de Omagh, abre de par en par la ventana del cinematógrafo a la realidad, que entra como un huracán en la sala cinematográfica convertida, al compás de la estrechez de los lugares donde se desarrolla la tragedia, también para el espectador en una trampa claustrofóbica. De tal modo que cuando la película termina, con un largo fundido en negro, algunos espectadores permanecieron electrizados en sus asientos mientras otros salieron precipitadamente, huyendo de la opresión de la injusticia de muertes sobrevenidas por el desvarío del fanatismo, bajo el signo del absurdo y la cruel indiferencia de los verdugos hacia sus víctimas.
 
Para las víctimas, para sus familiares, para todos aquellos que sufren la violencia del terror por motivos ideológicos, religiosos, culturales... esta película constituye un discreto a la vez que inmenso homenaje. Para los aficionados al cine narrativo, un sobresaliente ejercicio de contundencia y rigor.
 
 
UNITED 93. Dirección y guión: Paul Greengrass. Intérpretes: J. J. Johnson, Polly Adams, Cheyenne Jackson, Opal Alladin, Starla Benford, Trish Gates, Nancy McDoniel, David Alan Basche. Calificación: Soberbia (10/10).
 
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