El cuñado progre no te invita a su casa porque, como no cree en Dios, sino tan sólo en Iñaki Gabilondo y el cambio climático, cena con los suegros en Nochebuena, se atocina entre semana visitando a la familia en lo que para él es un circuito gastronómico y para los sufrientes un vía crucis y en Nochevieja queda con unos amigos para salir y celebrar el cambio de año, no sin antes colocar a sus hijos en casa de los primos, adonde irá a recogerlos al día siguiente, cuando calcula que estás a punto de sentarte a comer, para que no tengas escapatoria.
La visita del cuñado progre es como la canción de Boney M, un peñazo insoportable pero sin el cual no parece que estemos en Navidad. La diferencia es que al grupo setentero lo puedes silenciar apretando un botón o girando el dial, mientras que el imbécil de tu cuñado no se calla sino cuando trata de triturar el cuarto y mitad de ibérico que se echa a la boca cada vez que hace una incursión en el plato.
Este año el cuñado progre lo va a pasar francamente, perdón, realmente mal, porque Zapatero nos ha hecho perder hasta la educación, que nos impedía azotarlo cada vez que le veíamos asomar la jeta por la puerta del ascensor. Estamos en un proceso de supervivencia, y no es plan de cebar a un idiota irredento que además está entusiasmado con el personaje y el partido político que han provocado toda esta tragedia.
No hay que pegarle, entiéndame bien, sino tan sólo modificar el régimen de estancia en nuestra casa por medio de la intensificación del espíritu cristiano aparejado a la Navidad. Así pues, en lugar de crustáceos decápodos de la familia de las nephropidae, vulgo cigalas, al cuñado progre le daremos este año una pandereta, para que se entretenga cantándole a Rubalcaba, que como posadero que envía a la Sagrada Familia a una cuadra no tiene precio.
Hay que cantar villancicos. Muchos, a ser posible. Porque alegran los corazones, reconfortan los espíritus, no cuestan dinero y ahuyentan a la familia política no deseada. Y en cuanto la visita deje la pandereta o la botella de anís Las Cadenas (para finísimos paladares) por considerar la escena escasamente progresista habrá llegado el momento de coger los abrigos y acompañarle, con toda la prole, a su casa, esa a la que nunca te invita porque considera que sólo sus amigos de izquierdas (ecologistas, altermundistas, psicopedagogos o naturópatas), tan cretinos como él, son capaces de apreciar adecuadamente sus espirituosos, que guarda como una urraca avarienta para bebérselos mientras se fuma con los susodichos un porro colectivo.
Los progres son felices porque admiran a Zapatero con una sinceridad que surge de su identificación intelectual con el personaje. Bueno, pues que paguen las consecuencias, ¿no? ¿O es que sólo vamos a sufrir los demás, precisamente los que no soportamos ni sus ideas ni su imagen circunfleja?
Ha llegado el momento de que el cuñado progre que todos tenemos asuma la responsabilidad de haber defendido a unos socialistas que, por si fuera poco, añaden a su perversa ideología una insolvencia de dimensiones cósmicas. Estas navidades hay que hacer un cambio de planes y pasar el mayor tiempo posible con él, pero en su casa y realizando frecuentes visitas a su despensa. No van a cambiar, porque la inmensa mayoría es irrecuperable para el sentido común, pero ¿y lo que nos vamos a ahorrar todos a su costa? Piénsenlo.