El protagonista es un gritón adicto al teléfono móvil que mide a las personas por su aspecto y lugar de procedencia. Pese a que queda absolutamente claro en el testimonio gráfico, la justicia española se muestra titubeante, insegura y nada contundente.
Pocas veces hemos visto tan claramente un acto xenófobo. La joven ecuatoriana viaja abstraída en sus pensamientos. Cerca, otro joven, petrificado, asiste al ataque. Un energúmeno vestido de rojo insulta, veja, humilla, golpea y repite su jugada, ante la indefensión de la víctima. El asunto llegó a manos del juez a primeros de mes. El agresor quedó en libertad con cargos, pendiente de que se fijaran los daños.
Parecía un sencillo asunto de bronca en un tren, pero el escándalo saltó a los medios de comunicación y explotó en la Red, lo cual hizo reaccionar a los políticos, que están en periodo electoral. Hasta la ministra de Asuntos Exteriores de Ecuador se personó en la causa.
Pobre niña vejada, golpeada, asustada, traumatizada. Y allí estaba el agresor, tras prestar declaración, fresco como una rosa, cargándose la letanía de los defensores de la igualdad. Dispuesto a no darle mayor importancia. "Estaba borracho, neng", se excusaba. "Se me fue la olla", reconocía. Y negaba la mayor: "No soy racista".
El ministro de Justicia alertó a la Fiscalía de que se le había escapado el asunto. Los campeones de la lucha contra el racismo, pillados en falta. Con vergüenza ajena, se emitió una nueva orden de detención. De nuevo ante el juez, el agresor vuelve a quedar en libertad, pero esta vez sin fianza, pese a la solicitud en contra del fiscal.
Según trasciende a la prensa, el autor de los hechos padece una enfermedad mental, lo cual ha pesado en el dictamen. La sociedad, ahora sí, no entiende nada. Tras veinticuatro horas de gran tensión, mientras el video pasa una y otra vez por las pantallas de las teles y los políticos prometen rapidez y contundencia, el Neng del Tren vuelve a tomarse una caña en el bar de la esquina, a salvo de la reconvención y el castigo.
La gravedad del asunto reside en la evidencia de la falta de planificación legislativa y judicial frente al brote racista. Igualmente, el desarme argumental supone una presunta enfermedad mental que, según las primeras opiniones, no exime de responsabilidad, lo que indicaría que el agresor era plenamente consciente de lo que hacía.
El chico en cuestión, según nos cuentan, tiene una infancia de culebrón, angustiosa y devastadora. Tal vez eso explique que sienta una tendencia imparable a golpear al más débil. Aunque es más fácil entender lo que pasa si se retoma la investigación desde el principio.
¿Con quién hablaba por teléfono? Es posible que estuviera retransmitiendo la jugada a otro como él, lo que podría conducir a un grupúsculo de ideología ultra que se coordina y disfruta haciendo daño a los emigrantes, sobre todo si son mujeres jóvenes e indefensas, con las que este tipo delincuencial se muestra siempre gallito y amenazador. Luego, atención al testimonio de la víctima, que concluye que no estaba borracho, aunque no pueda descartar que hubiera ingerido otras sustancias. Es decir, que insultaba, decía eso tan bochornoso de "¡Vete a tu país!", golpeaba y pellizcaba el pecho a la niña, mientras no paraba de hablar por teléfono con el móvil pegado a la oreja, lleno de ínfulas despóticas.
Ahora se estudia si es un orate, es decir, si está loco de remate, pero el psiquiatra que le trata tiene sus dudas. La justicia española nos tiene acostumbrados a que, en cuanto aparece el fantasma de la enfermedad mental, se desarmen las acusaciones.
El chico ya está en la calle, pese a las evidencias sobre su comportamiento. Y se lo toma con descaro. Por tanto, habrá que buscar por otro lado.
Por reducción al absurdo, el único gran culpable de esta conmoción epidérmica que ha dejado como racista en medio mundo a la nación española es el video. Y sólo él. Sí, señores: las imágenes de las cámaras de seguridad son las únicas responsables, porque sin duda este video es xenófobo, sin contemplación ni paliativos. En él, una persona desprotegida, huérfana de ayuda, en presencia de otro pasajero, inmovilizado por la sorpresa, es víctima de una acción injustificable, repugnante en sí misma, de indudable factura racista, que tiene como meta el rechazo de ciudadanos por el color de su piel o su procedencia geográfica. Es decir, que el video sí es racista, y su difusión nos deja en mal lugar.
Establecida la situación, es mucho más fácil pechar con los retrasos y titubeos de la justicia, que tiene que repetir la jugada en el plazo largo de los días, sin descubrir hasta que pone en marcha la moviola que el chico no es que la tenga tomada con los ecuatorianos, sino que tiene una avería en las meninges. Por tanto, hay que entender que esté trastornado, pero suelto, porque al fin la cosa no es tan grave, ya que no hay sangre, por esta vez. El presunto autor puede ponerse a disposición de las televisiones que lo reclamen y explicar a todos su triste infancia, que puede mover a llanto e incluso, tras esa cortina de lágrimas, esconder la auténtica motivación de un tipo muy joven con mucho odio.
Gracias a la reflexión y el cuidado que hemos observado en esta delicada introspección, hemos conseguido la almendra de la solución: el único problema no es el racismo, porque "¡no somos racistas, neng!", sino que tenemos un empacho de imágenes grabadas. La claridad de la secuencia muestra a un individuo violento como gran peligro social. Que todo esté tan claro con la objetividad de la cámara sí que es un verdadero problema para la política y la justicia, porque el video no admite interpretaciones. "¡Se trata de un video racista, neng!". Pero sólo el video.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.