El caso de Barcelona comienza con el hallazgo de una mujer desnuda en un apartamento de alquiler por horas del Paseo de Gracia. El cuerpo tiene la cabeza envuelta en una bolsa de plástico. Junto al cadáver, una peluca negra con flequillo tipo Cleopatra y Marco Antonio. Y unas botas de media caña. Nada más. Ni documentos, ni ropas ni efectos personales. La muerte y el cuerpo elástico y desnudo de una mujer abandonada como una muñeca rota.
La autopsia revela datos estremecedores: en la boca del cadáver y en sus órganos sexuales hay fluidos con ADN de dos hombres diferentes. La cosa tiene pinta de una orgía que terminó mal, pero pronto se verá que todo es fruto de un montaje.
La investigación policial descubre que la presunta autora de los hechos es una mujer a la que llamaremos Ángel. Es alguien que, según se comprueba, se ha hecho pasar por la víctima durante dos años y ha contraído diversos compromisos con bancos, con concesión de créditos y la firma de seguros de vida, hasta un número extraordinario y llamativo. Vigiladas las entidades bancarias y casas de seguros, se descubre en las cintas de seguridad la figura de una mujer atractiva que lleva la peluca de Cleopatra pero que no es la víctima, sino su amiga, hoy acusada, una vieja compañera de trabajo.
Interrogada, Ángel niega todo. Ella no estuvo con la víctima ni sabe nada. Sin embargo, el director de un club de prostitución masculina la identifica como la mujer que pagó el servicio de dos boys, no para tener sexo con ellos, sino para llevarse sus fluidos viriles en sendos botes de farmacia. La chica de la peluca salió con el ADN de los mozos y se sospecha que es el que fue encontrado en la boca y otras partes del cuerpo de la víctima.
En casa de Ángel se encontró un tarro de cloroformo y la documentación de la muerta, escondida en la cisterna del retrete. Aquí pecó de rutinaria, porque el primer lugar donde la policía buscará un arma u otro objeto comprometedor será la cisterna.
Ángel sigue negando, aunque la pareja de la víctima la reconoce en uno de los videos por el flequillo de la peluca. El fiscal le pide 24 años, presuntamente por haber dormido a la fallecida y haberle colocado la cabeza dentro de la bolsa de plástico hermética. Según el relato de los hechos, la acusada lo habría hecho para lucrarse con el dinero de los seguros y los créditos bancarios, puesto que dispone de un método y los documentos para hacerse pasar por la muerta; eso sí, antes de ser descubierta, por lo que gana el mote de crimen (casi ) perfecto.
Las mujeres en general, cuando cometen un crimen, lo hacen con mayor perfección que los hombres. Cuidan más los detalles y logran de los demás una colaboración que entre hombres es impensable.
Ángel es una mujer con una vida superior, acomodada. Conduce vehículos de alta gama y le gustan los vestidos sofisticados. Combina el negro y el rouge como para producir un paro cardiaco. Tiene aplomo y sangre fría, pero todo eso no basta. El crimen perfecto no puede presentar fisuras.
Un crimen perfecto exige, vaya perogrullada, la perfección. Así que, si lo has cometido, no puedes dejarte llevar por un ataque de nervios. No puede delatarte una mirada, el sudor, un tic.
Una dama del crimen tiene que ser dueña de sí misma. Centrada, equilibrada. Y fingir afectación: al fin y al cabo, era una buena amiga. Que nadie piense que te alegras. O que te beneficia. Ni siquiera que te resbala. Lo ideal es que piensen que la echas de menos. Queda bien una lágrima que no afecte al rímel. Resultan fatal las pupilas tipo carboncillo encendido, ardientes como un remordimiento. Hay quien ve en ellas el veneno de la culpabilidad.
Ángel lo tiene mal, a menos que el tribunal considere que se trata de una pobre mujer atrapada en una conspiración de un mundo de hombres. No se sabe si ha cometido el crimen, pero, tenga autor o no, este no es un crimen perfecto.