Como ese número cada vez mayor de personas con cierto gusto estético, yo tampoco veo cine español contemporáneo desde hace ya algunos años, dieta que recomiendo a todo el mundo por sus salutíferos efectos sobre alma, mente y cuerpo. He establecido mi propio cordón sanitario para evitar que una izquierda cerril, casi gótica, me agreda con sus chorradas y encima me cobre dos veces. Se puede vivir feliz sin ir al cine a ver a los Bardem. Seis millones de españoles (en 2006) y yo somos la prueba.
La gala de los premios Goya se aproxima a toda velocidad a nuestras pantallas como el asteroide 2004 MN4 a nuestro planeta, pero mientras que los científicos de la NASA se estrujan el cerebro ideando maneras de evitar el impacto, nadie parece preocuparse de este otro choque, mucho más próximo en el tiempo. Sólo queda esperar la colisión y confiar en que los daños no sean irreversibles. Con la gala de 2003 lo fueron, y sus terribles consecuencias persisten aún, en forma de espectaculares caídas de recaudación y audiencia. ¿Contribuirá la gala de este domingo a agravar el cuadro del enfermo? Por supuesto que sí. No menospreciemos al Doctor Corbacho y a su equipo terapéutico habitual.
Mucha gente se sintió insultada durante las algaradas de la izquierda con la excusa de la segunda parte de la guerra de Irak, en las que los cómicos acapararon el máximo protagonismo a pie de pancarta. Porque, a pesar de que la gente de la cultura suele tener querencia por la sutileza y la metáfora inteligente, en aquella ocasión no hubo lugar a dudas. La farándula proclamó bien alto y bien claro lo que opinaba de la gente de derechas, como lo sigue haciendo ahora, con motivo de las simpáticas negociaciones entre nuestro pequeño Chamberlain y los pacifistas de la ETA.
Insultar a la clientela potencial es cosa bastante necia. Es como tener un local de copas junto al Santiago Bernabéu decorado con banderolas azulgranas y escudos del Barça; una cosa muy poco comercial. Ahora bien, si los ingresos de la empresa no provienen del pago de unos clientes satisfechos con el producto que comercializas, sino que son un fijo anual procedente de las arcas del Estado, hay cierto margen para hacer el botarate y meterle el dedo en el ojo a los que no piensan como tú. Si luego se marchan a comprarle a la competencia, el daño es mínimo.
El sempiterno error, muy extendido entre la farándula, es que no considera que su actividad profesional forme parte de una industria. Mas, como todo lo que se compra y se vende, el cine es otro producto que ha de competir en el sector por ganar el favor de los clientes. Sin embargo, a los inmarcesibles receptáculos del talento occidental les parece que lo suyo no es algo que deba rivalizar con otras opciones en régimen de igualdad, sino que, vaya usted a saber por qué, afirman que el Estado, es decir, todos los ciudadanos con nuestros impuestos, ha de protegerlo con abundantes cataplasmas presupuestarias. De ahí a prostituir su mayor o menor ingenio (dejémoslo ahí) para agasajar a los políticos más comprometidos con estas políticas "progresistas" tan sólo hay un paso, que nuestros artistas han dado con toda naturalidad, doble mortal y tirabuzón incluidos.
Veamos, por ejemplo, tres de las cuatro candidatas a hacerse con el premio a la mejor película en los Goya de este año.
El laberinto del fauno es la segunda entrega de una trilogía de Guillermo del Toro ambientada en la posguerra española. Es una película de terror más allá del pavor natural que provoca cualquier película española, así que en este caso podemos decir con toda propiedad que es, en efecto, una peli de miedo.
El marco histórico en el que se desenvuelve la trama es lo de menos en este género, pero, para que no haya dudas y pueda otorgársele el certificado de buena conducta progresista, sale un capitán del ejército franquista caracterizado con todos los tics homologados por la secta (malvado, sanguinario, rencoroso, etc.) y unos miembros del maquis, aquel puñado de revolucionarios que intentaron ganar la guerra a destiempo y a base de atentados y crímenes, que son presentados como "la resistencia republicana", epítome de bondad y valores cívicos.
La segunda película en cuestión es Salvador, basada en la historia de Puig Antich, famoso anarquista de los años 70, condenado por el régimen de Franco a garrote vil tras asesinar a un policía, colofón a una serie de atracos a entidades bancarias para financiar las operaciones del Movimiento Ibérico de Liberación. Un cielo de criatura, a la que el cine español rinde un sentido homenaje con esta cinta. Tal para cual.
A los que pasamos el tardofranquiense viendo a Los Chiripitifláuticos y merendando pan con chocolate nos la trae floja este histerismo revisionista, pero, por si alguna víctima de la Logse acude a ver estas películas, no estaría de más que los directores intentaran que el contexto de la acción no estuviera tan sesgado. Una sugerencia: canallas hubo en todos los bandos, no sólo en el de los malos oficiales.
La tercera película en liza es Volver, obra del inevitable Almodóvar, "nuestro director más internacional" y gallardo denunciante de golpes de estado en las últimas jornadas de exaltación democrática. Seguramente este año arrasará; así le evitan el sofoco de la última vez, en que no le dieron las estatuillas que esperaba y puso a caldo a la Academia de Cine, al jurado, a los premios y a la madre que parió a Goya con ese gracejo manchego tan característico.
La audiencia de la gala de los Goya sigue la pauta del cine español en general, cosa muy apropiada para que no haya envidias entre la profesión. Este año probablemente asistiremos, quiero decir, asistirán (los que tengan huevos para tragarse semejante rollazo sentados frente a la tele) a un festival multicolor a favor de la paz y el diálogo, mientras ZP y Sonsoles sonríen desde el patio de butacas. Al otro lado de la pantalla, cada año menos contribuyentes.
¿No quieren nuestros artistas un cordón sanitario que les aleje de la gente de derechas? Pues démosles ese gusto, hombre. Cuesta tan poco hacerles felices…