Ya saben el lema del periodista gamberro, valga la redundancia: "Mejor pedir perdón que pedir permiso". El cineasta José Luis Guerín es un voyeur –de nuevo, valga la ídem–, y le fascina pasear para mirar a la gente. Y su cámara de vídeo es una prolonganción de su mirada. Frecuentemente no nos gusta que alguien nos observe demasiado: "¡Eh, tú, qué estás mirando!". Y si además de mirarnos nos fotografían, peor. Guerín no pidió permiso para mostrar una pequeña grabación de vídeo a una persona y ahora se enfrenta a una denuncia y unos cuantos insultos (por ejemplo, de la señora Lourdes Humet Cienfuegos-Jovellanos):
Eres un sinverguenza, Guerín. Conocí a Manel Pla, como amigo primero y como pareja después. Puedo explicarte muchas de sus cosas positivas de esta persona. No tienes ningún derecho a violar su intimidad, y especialmente a falsearla. Vamos a demandarte por eso. Somos muchos los que fuimos sus amigos.
Guerín se dedica a hacer documentales, ya saben, ese cinematógrafo que no se recrea en la ficción sino que trata de captar la realidad, lo real. No es exactamente igual la realidad que lo real. La realidad es lo fenómenico, lo que se nos aparece a los sentidos, es la ingenuidad de la apariencia, tan inocente como simple. Es, ojo con las metáforas, la punta del iceberg de la Realidad con mayúsculas, lo real, ese vasto conjunto de relaciones y elementos físicos que sustentan la realidad ingenua, fenoménica, y que se esconden bajo o tras ella. Descubrir esa Realidad, la auténtica, es la pasión más grande de ese animal llamado hombre, desde Tales de Mileto a Stephen Hawking pasando por Buda, Rimbaud y John Ford.
Decía que Guerín graba con su cámara de vídeo lo que le rodea. Por ejemplo, lo que pasa delante de su ventana. Que si la lluvia, las ramas de los árboles agitadas por el viento, los vecinos que se asoman a la ventana del edificio de enfrente, la típica estampa neoclásica que muestra orgullosa en un escudo de la fachada que se construyó en 1900, una época optimista. Entre los vecinos contemplamos durante un segundo a un hombre en calzoncillos que toca el violín. Este hombre, tiempo después de la grabación (de la que no era consciente, claro) se suicidó tirándose a la calle desde el mismo piso en que había sido grabado, cayendo justo ante la puerta de un bar, junto a una fuente. José Luis Guerín ha planteado a partir de esa grabación momentánea de un hombre tocando el violín una investigación sociológica sobre el impacto de esa muerte entre los vecinos y, a través de ese reflejo en la conciencia de los otros, acercarse un poquitín al misterio de su vecino de la calle Caspe en Barcelona que tocaba el violín y luego se tiró por la ventana. Lo único que al final sabremos a ciencia cierta de él es que tradujo a Proust: Contra Saint Beuve. Recuerdos de una mañana, que precisamente da título al documental. Lo que en ciertos ambientes, por ejemplo esta página, es motivo automático de beatificación póstuma.
Escuchamos a los del bar, a transeúntes, a vecinos de los edificios de enfrente, a sus conocidos. Así nos enteramos de que en el bar de abajo, donde se tomaba sus cosas y delante del cual cayó, cada 21 de enero a las dos y media se toman una copa de cava a su memoria. Otros opinan sobre su forma de tocar el violín. O que si lo había dejado con la novia pero que seguían siendo amigos. La de más allá, que hay que ver la muerte, que si no somos nada y que se hace la muerta para darse cuenta de que somos polvo y ni enamorado ni nada...
Siendo un respetuoso y sentido retrato a un hombre y el misterio que entraña todo suicidio, la familia ha puesto un pleito al cineasta. Leo en Pepe Albert de Paco, en su respuesta a la crónica de Arcadi Espada, la carta de protesta de un familiar
Mi hermano fue filmado reiteradamente por este director de cine desde el otro lado de la calle, mientras tocaba el violín junto a la ventana, y además en ropa interior. Tras su suicidio, Guerín montó una auténtica lavandería vecinal para comentar lo que había ocurrido. Algunos vecinos que conocieron a mi hermano pudieron informarle sobre el suceso. Otros van soltando calamidades delante de la cámara: "Era un fracasado", "Me cayó a medio metro", "Tocaba fatal", "Cada año brindamos por su muerte"... Todo el documental está hecho de mentiras y difamaciones sobre alguien a quien Guerín nunca conoció y a quien debería haber respetado desde el principio, sobre todo cuando violó su intimidad con su cámara digital sin pedir permiso.
Lo de "lavandería vecinal" es interpretación, mala pero interpretación. Porque la ráfaga de testimonios da una imagen del protagonista ausente bastante ecuánime, incluso tierna: la del romántico solitario y artista que sufre por la altura de sus sublimes sentimientos no correspondidos. No está mal. Pero eso de que cada año brindan por su muerte como si los vecinos fueran Santiago Carrillo y Alfonso Guerra el 20 de noviembre es de una idiotez supina, un bullshit muchísimo mayor que el más grande de los que se escucha en el documental. La clave de la disputa entre Guerín y los familiares del suicida no reside, pues, en si Guerín tuvo que pedir permiso, sino en que los familiares no han entendido la película, sea porque el dolor les embarga y les ciega, sea por patética simpleza o por purita mala fe. Pero eso será culpa de un sistema educativo que, si no enseña a leer y a escribir ni en catalán ni en español, pues mucho menos a leer las imágenes cinematográficas. Parece que la familia del protagonista a su pesar ha conseguido la censura de la película, según informa el hermano en un comentario a su propia carta de protesta en La Vanguardia:
El documental no s'exhibirà ni es comercialitzarà ni a Espanya ni a arreu del món. El pre-acord ja està signat, ara només falta que els advocats l'acabin de formalitzar.
Por otro lado, desde el estrictamente cinematográfico, este documental oscila entre el reportaje, la poesía visual y el ensayo. Todo muy contenido, desde la duración de cuarenta y cinco minutos hasta la pausa que imprime Guerín a unas imágenes que son siempre bellas pero sin caer en el manierismo ni en la cursilería.
Arcadi Espada hace mención a Una ventana indiscreta por el tema de la indiscreción vecinal. Además de la película de Hitchcock, El ojo público, Blow up, Il regista di matrimoni, La muerte en directo o Femme Fatale son películas sobre mirones fotográficos y esa maravillosa y terrorífica capacidad de la imagen congelada para captar lo real a partir del registro superficial de la realidad. Y sobre todo Grizzly Man, el caníbal, ese sí, retrato que hizo Werner Herzog de otro suicida avant la lettre, el surfero ecologista Treadwell que fue devorado vivo por uno de sus amigos osos.
Este documental no solo es un retrato respetuoso y compasivo, suficientemente veraz pero tampoco demasiado (quiero decir que llegar a lo real de todo individuo sí que sería difamatorio en la mayor parte de los casos), sino que abre el camino a los fotógrafos profesionales que además de hacer reportajes de boda podrían dedicarse a hacer reportajes fúnebres de fallecidos con los testimonios de aquellos que más o menos los conocieron en vida. Nos íbamos a divertir
RECUERDOS DE UNA MAÑANA. Documental. Dirección y guión: José Luis Guerín. Música: Johann Sebastian Bach y Brahms. Corea del Sur-España, 47 minutos.
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